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TRINIDAD Y EUCARISTÍA EN EL AÑO JUBILAR 747 que debemos a Dios. A un pecado grave, cometido libre y volunta­ riamente, con desprecio de Dios y de su santa ley, corresponde una pena grave, es la ‘p en a e te rn a ’ que lleva consigo la separación eter­ na de Dios 21. No es un castigo que Dios inflija arbitrariamente a modo de venganza, es más bien el resultado de la opción libre y voluntaria que uno ha hecho de no querer saber nada de Dios. Este rechazo de Dios, decidido libremente en vida, continúa por toda la eternidad si no hay arrepentimiento; y esta es la (p e n a e te rn a ’ qu e uno mismo se impone. Pero como Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23; 33, 11), por eso le ofrece la posibilidad del perdón de los pecados mediante el sacra­ mento de la penitencia. Penitencia quiere decir conversión, o sea, rectificación de un estilo de vida, de un modo de conducta contra­ rio al Evangelio. Y esto sólo es posible ayudados por la gracia, es decir, bajo el impulso del Espíritu Santo que, como al hijo pródigo, nos mueve a volver a la casa del Padre. Pero la reconciliación con Dios, el abrazo de su misericordia, tiene lugar en la muerte de Cris­ to. Las Tres Divinas Personas sostienen y realizan la obra de nuestra conversión en el sacramento de la penitencia. Así, pues, recibimos el perdón de los pecados, la liberación de la ‘p en a e te rn a ’, en el sacramento de la penitencia, pero eso no sig­ nifica que, después de recibir la absolución, nos convirtamos en ánge­ les. Quedan los restos del pecado, es decir, los efectos del mal com­ portamiento, de la conducta viciosa, la inclinación al mal; todo esto permanece; esto es lo que se llama la ‘p en a temporal\ porque tene­ mos que cargar ‘durante un tiempo’ (sea el tiempo de la vida o más allá de la muerte en el purgatorio, aquí el término ‘tiempo’ se refiere a los vivos no a los muertos) con las consecuencias de nuestros pro­ pios actos hasta ser liberados enteramente de ellas. La doctrina de las indulgencias entra en juego ahora: son como un perdón sobreañadi­ do para ayudarnos en el camino de la conversión iniciada en el sacra­ mento. Dice la bula Incarnationis mysterium: «Esta doctrina sobre las indulgencias enseña, en primer lugar ‘lo malo y am argo que es hab er a b a n d o n a d o a D ios’ (cf. Jr 2, 19). Los fieles, al ganar las indulgen­ cias, advierten que no pueden expiar con solas sus fuerzas el mal que 21 Cf. CCE nn. I472s.-1473: Las penas del pecado.

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