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TRINIDAD Y EUCARISTÍA EN EL AÑO JUBILAR 743 2.2. L a puerta santa Según lo dicho, la p ereg rin a ción es el primer signo del Jubi­ leo: éste empieza poniéndose en camino desde el horizonte estre­ cho del propio egoísmo hacia el encuentro liberador con Cristo. Pues difícilmente el Jubileo resultará un acontecimiento salvífico si no se diera ese encuentro personal con Aquel que constituye su centro y razón de ser, Cristo. A este encuentro apunta también el segundo signo del Jubileo: la p u e r ta san ta . La peregrinación termina en la puerta santa, símbolo de Cristo, que es necesario atravesar para llegar a Dios, pues « n ad ie va a l P ad re sino p o r mí» (Jn 14, 6). Jesús se sirvió del símbolo de la pu erta ’ para mostrar­ nos el papel, absolutamente único, que desempeña en nuestra sal­ vación: «Yo soy la p u e r t a : si uno en tra p o r mí, e s ta r á a salvo» (Jn 10,9). Cristo es la puerta que da acceso al Padre, que nos introduce en el misterio de la salvación, que nos abre las fuentes de la vida. Como escribe el Papa en la bula In ca rn a tion is myste- rium, «hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: este acceso es Jesús, única y abso­ luta vía de salvación» (n. 8). El signo de la pu erta s a n t a ' pone de manifiesto la centralidad de Cristo en el Año Jubilar; todo en este año conduce a Cristo, pues el Jubileo celebra a Cristo en el miste­ rio de su Encarnación y Nacimiento, misterio que se prolonga, a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, en la Eucaristía. Por eso, como veremos más adelante, la celebración del Año Santo tiene su centro y alma en la Eucaristía, porque «en el s a c r a ­ mento d e la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina» (TMA 55). Ciertamente, el Jubileo celebra a Cristo, pero sin perder de vista que, «al celebrar la Encarnación, tenemos la mirada fija en el miste­ rio de la Trinidad» (IM n. 3). Porque el fin de la Encarnación no es sólo unir al hombre con Dios en Cristo, pues «el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22), y así salvarnos, sino también revelarnos el Misterio Trinitario de Dios, una revelación que acontece no en el nivel del puro discurso intelectual, abstracto, sino en el ejercicio de nuestra salvación, es decir, mientras Jesús realizaba la obra de la redención.

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