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TRINIDAD Y EUCARISTÍA EN EL AÑO JUBILAR 741 Son muchos, sin embargo, los que no viven así la vida; da la sensación de que, en vez de camino hacia la vida verdadera, esta vida terrena parece fin y meta en sí misma, pues —dicen— no existe otra. Por tanto, hay que detenerse aquí, pararse lo más posi ble, echar sólidas raíces. Pues -si los muertos no resucitan, coma mos y bebamos, que mañana moriremos» (ICor 15, 32). Los men sajes de la cultura dominante niegan el paso y estragos del tiempo, ofertan cuerpos siempre adolescentes con pócimas varias y cirugía estética para tersar la piel arrugada, mientras ocultan la decaden cia y la muerte. Frente a la seducción engañosa de la eterna juven tud, la peregrinación evoca la transitoriedad de la vida, que es inú til levantar sólidas protecciones, seguridades a prueba de tiempo, que todo se lo llevará el viento del olvido con la muerte. «Las dádivas desmedidas, los edeficios reales llenos d loro, las vaxillas tan fabricadas los enriques e reales del tesoro, los jaezes, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados, ¿dónde iremos a buscallos?) ¿qué fueron sino rocíos de los prados ?»15. Es claro que en este planteamiento nos referimos a la peregri nación entendida y vivida como desarraigo de las seguridades, como símbolo de la intemperie, como parábola de la propia vida siempre en camino, que nos recuerda que no tenemos aquí morada perma nente. Llamar peregrinación a un viaje turístico es excesivo; porque 15 Jorge M a n r iq u e , o . c ., estrofa XIX, p. 153, y la estrofa XXIII de ia p. 155: «Tantos duques excelentes,/ tantos marqueses e condes / e varones/ como vimos tan potentes,/ di, Muerte, ¿dó los escondes,/ e traspones?/ E las sus claras hazañas / que hizieron en las guerras / y en las pazes,/ cuando tú, cruda, t’ensañas,/ con tu fuerza las atierras / e desfazes».
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