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694 ALEJANDRO DE V1LLALMONTE por el pecado de Adán. Éste es el que crea la impotencia soterioló- gica en la que el hombre histórico se encuentra. Este modo agusti- niano de leer la secuencia de la actual historia y economía de la salvación , carece de fundamento en la Escritura. Como también carece de base bíblica la teoría del pecado original, concomitante inseparable de tal lectura. Conviene no olvidar la dependencia inter na que la doctrina agustiniana sobre la Gracia tiene respecto a su teología del pecado original. En realidad, la fuente primera de la teoría agustiniana del pecado original (el viejo pecado) y sobre los estados de la natura leza humana hay que buscarla en la mitología de tantos pueblos primitivos, con sus relatos sobre la edad de oro (la estancia en el paraíso), sobre la desventurada caída, pérdida y expulsión del mismo, ocurrido todo ello in illo tempore, en los prestigiosos y divinales comienzos de la tribu (de la raza humana); el inolvida ble, ancestral recuerdo de «viejo pecado», causante de la mísera condición en la que la humanidad histórica gime inmersa. Recor demos, en esta misma línea, la teoría de los platónicos/neoplatóni- cos, a quienes Agustín conocía bien y a quienes tanto estimaba; la preexistencia feliz de las almas en la región de las ideas (aunque Agustín las coloca en el paraíso terrenal); su caída en este mundo material y su encerramiento en el cuerpo como en una cárcel, por mor del ‘viejo pecado’; conservando, sin embargo, su anhelo de liberarse por medio de la sabiduría/educación (paideia) y retornar al inmortal seguro. Tales son los presupuestos culturales, doctrinales e ideológi cos auténticos, aunque inconscientes y acríticos, de la teoría agus tiniana del pecado original. Doctrina, en última instancia, de ori gen pagano. Lo único que de verdad cristiano es el mensaje sobre la necesidad del Salvador, como señaló el propio Agustín. En la controversia vivaz y larga sobre las relaciones entre la naturaleza y la Gracia, aciertos y desaciertos los encontramos repartidos entre Agustín y los pelagianos. Éstos tenían toda la razón al negar la teoría del pecado original, que hubiese corrom pido profundamente la naturaleza humana. Les parecía un absur do filosófico y teológico a la vez. Pero se equivocaban cuando, desde la negación del pecado original, avanzaban hasta llegar a relativizar tanto la impotencia salvífica del hombre, como la nece-
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