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722 ALEJANDRO DE VILLALMONTE lograr por sus propias fuerzas la salvación, en absoluta necesidad de la Gracia. Es seguro que, dada la fragilidad ontologica, la natura­ leza lábil, caediza de la libertad del hombre, podemos hablar de la «necesidad moral» con que el pecado ocurra en la historia humana. Es necesario que vengan escándalos (Mt 18, 7); o que brote la ciza­ ña (Mt 13, 24-30). La entrada de El P ecado en la historia intensifica­ rá la ya existente impotencia soteriológica (y necesidad de la Gra­ cia), añadirá un nuevo motivo. Pero la necesidad primera, originaria estaba-ya-allí. Y era más radical e insuperable que la que ha sobre­ venido por el pecar de los hombres. Los pelagianos, Agustín y los mantenedores de la teoría del peca­ do original, parten de idéntico falso presupuesto, aunque luego mar­ chen en direcciones opuestas: si el hombre nace con una naturaleza sana, íntegra, inocente, sin pecado no tiene necesidad del Salvador. Es un total apriorismo: lo correcto es decir que aunque el hombre lle­ gue a la existencia dotado de una naturaleza perfectísima, superdota- da al máximo, mientras no rompa los moldes de su condición ontolo­ gica, creatural, finita se encuentra en absoluta para lograr por sí mismo la vida eterna y todo lo que a ella sea conducente. El lector favorable a la teoría del pecado original podrá pensar que a esta teoría le queda el recurso a otras «autoridades» y a otras «razones». Las hemos excluido anteriormente. Ahora hemos desposeí­ do al pecado original de su argumento teológico más valioso. Porque la función, sin duda importante, desempeñada durante siglos: salva­ guardar la incapacidad soteriológica del hombre y la necesidad de la Gracia la cumple, a mejor satisfacción y sin contraindicaciones gra­ ves, la teología del Sobrenatural, al modo explicado. 7 . L a teo lo g ía d el S o brenatural Y EL IMPULSO PROMETEICO DEL HOMBRE OCCIDENTAL Un texto del filósofo marxista (liberal) Lezek Kolakow ski nos ofre­ ce oportunidad para reflexionar sobre este tema. Confiesa este pensa­ dor que, durante una primera época de su vida, trabajó atraído por el ideal marxista del hombre prometeico, que quiere tener en sus manos su propio destino, conquistar por su propio esfuerzo la última perfec­ ción posible al ser humano. Quiere poner al máximo rendimiento las

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