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LA TEOLOGÍA FRANCISCANA DEL SOBRENATURAL 715 Digamos, en primer término, que el concepto de «naturaleza pura» no carece de ambigüedades. Surgió con motivo de la contro versia con bayanos y jansenistas. Se quería significar, con esta expresión, aquel estado histórico salvífico en el que se h a b r ía encontrado el Adán paradisíaco antes de haber sido adornado con los variados dones del estado de santidad y justicia. Hoy día no tiene sentido mantener este teologúmeno. Sin embargo, la pregun ta puede hacerse independiente de que se mantenga o niegue la teología de Adán. No habrá dificultad en admitir que, en un orden esencial abs tracto de las cosas, fijándose en los conceptos formales, en la repug nancia o no repugnancia metafísica, en su relación a la potencia absoluta de Dios, una n a tu r a le z a p u r a es posible. Pero con ello entramos en una reflexión de tipo nominalista que no interesa en este momento. Hablemos de un orden existencial, histórico, el que ahora tene mos, u otro realizable dentro de los datos que la historia sagrada nos ofrece. Si, por «naturaleza pura», entendemos, como se dice, un ser humano sin gracia y sin pecado, no parece que tal ser sea reali zable, dentro de la analogía de la fe. En efecto, Dios no puede menos de crear a los seres para su gloria. Los seres racionales han de glorificar a Dios según su modo específico de ser: mediante el conocimiento y el amor. Esa es su razón de existir. Pero no es nece sario pensar que el modo de conocer/amar a Dios haya de ser la visión beatífica, en el sentido técnico de la palabra. Entre Dios y el hombre puede haber otras formas y grados de amistad. Lo que pare ce impensable es que una criatura se encuentre en un estado en el que no tenga ni amistad ni enemistad con Dios; no esté en gracia ni en desgracia. En este sentido, como la amistad Dios-criaturas puede realizarse de muchas maneras, pudiera ocurrir que la relación de amistad no llegase a realizarse al modo perfectísimo que supone la visión beatífica. Si se entiende que la naturaleza «pura» sería una naturaleza que no tuviese el deseo n a tu ra l d e ver a Dios (porque no habría sido creada para tal fin) si en absoluto tal naturaleza es realizable in rerum natura, pero no sería consustancial con nosotros, concorpó- rea , consangu ínea con nosotros y con Jesú s d e Nazaret. Porque el deseo de ver a Dios, según sus defensores, es una propiedad con-
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