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LA TEOLOGÍA FRANCISCANA DEL SOBRENATURAL 713 de seres libres. No se hable de repugnancia metafísica. Podría darse inconveniencia moral en que Dios crease una libertad que fallase universalmente en la consecución del fin al que ha sido destinada y que apetece con deseo óntico/natural. Pero Dios suple la insuficien­ cia de la naturaleza. Suplencia que, según dijeron santo Tomás y Duns Escoto no envilece, sino que ennoblece al hombre. Finalmente, para la justa valoración del mencionado axioma, hay que tener a la vista que el término final de tal deseo es la convi­ vencia con un ser personal, Dios. Pero Dios no es ‘objeto’ de deseos humanos en el sentido usual de la palabra, equiparable a cualquier otra realidad/objeto del universo. El deseo se dirige a Dios como persona, quiere entrar en relación personal con Él. Cuando se trata de un ser/objeto se puede entrar en relación cognoscitiva y volitiva, llegar a captarlo, dominarlo, conquistarlo incluso aunque él no quie­ ra. Ya en el fenómeno humano de la amistad y del amor no tiene sentido llegarse al otro como ‘objeto’, como realidad del mundo físi­ co. Se trata de acercarse a una persona, para intercambiar relaciones personales dominadas por la gratuidad y la libertad. Las relaciones interpersonales están regidas por la ley y misterio de la libertad. Esta ley de libertad ha de presidir, como mucha mayor razón, las relacio­ nes de la persona (naturaleza) humana con la persona de Dios. Por eso, es correcto decir que el deseo natural de ver/amar a Dios no impone necesidad ni por parte del espíritu que tiene el deseo, ni por parte de Dios que imprimió tal deseo en el ser humano al crearlo. Los seguidores de Cayetano urgen la dureza del axioma hasta poner en dialéctico callejón sin salida a los defensores del deseo natural de ver a Dios: el deseo natural no falla, porque Dios lo cum­ ple. Pero se pregunta: ¿Dios lo cumple porque «debe», o sólo por­ que -quiere» libremente cumplirlo? Si es porque «debe», perece la libertad/gratuidad. Si se dice que lo cumple sólo porque libremente «quiere», el deseo podría no cumplirse. La alternativa no tiene senti­ do referido a la acción divina. El Dios creador libre nunca «debe» cumplir con el deseo natural de ninguna criatura. Nada condiciona la ulterior acción de un agente que creó todas las cosas de la nada. La objeción valdría para quien no ha superado el necesarismo y secreto mecanicismo de la filosofía peripatética. El Dios de la Biblia, de la tradición agustiniana y escotista es un Dios fuertemente perso­ nal, voluntarista. Ninguna condición de ser existente en la creatura

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