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706 ALEJANDRO DE VILLALMONTE rica «sobrenatural» designa lo que está sobre lo humano: lo sobrehu mano; lo que pertenece al mundo de lo invisible. De ahí pasa, con facilidad, a significar lo que nos es inexplicable según el funciona miento de las leyes naturales por nosotros conocidas: lo misterioso, lo mágico, los fenómenos de ocultismo, espiritismo, brujería, sata nismo. Participa, pues, de la polivalencia de las palabras «naturale za/natural». Si bien hay que reconocer que la palabra/concepto de «sobrenatural» ha sido creación de los teólogos. Aunque posterior mente su significado haya sido secularizado e incluso adulterado. Hablando con mayor propiedad, «Sobrenatural» debería usarse exclusivamente como sinónimo de lo gratuito, de la libertad y libe ralidad con que Dios actúa siempre en su relación con las criaturas; en contraposición a la «naturaleza/natural» como principio de obrar necesario, no libre/voluntario. Pero es «natural», pertenece a la «natu raleza» todo aquello que le perfecciona en armonía y continuidad con su ser. Así, la visión beatífica y cuanto a ella se refiere, lo lla mamos «sobrenatural» para subrayar su carácter de donación gratui ta, voluntaria, liberal de parte de Dios. Pero la visión beatífica y todo lo que a ella se refiere lo denominamos «natural/naturalísimo» en cuanto plenifica, desde su primera profundidad, al espíritu humano, en cuanto satisface al máximo la capacidad de recibir, de perfeccio namiento existente en el espíritu; en cuanto colma la aspiración más honda, más «natural» de su ser: el deseo de ver a Dios. El binario naturaleza y Gracia. También aquí nuestro lenguaje necesita ser más cuidado. El binomio naturaleza/Gracia se utiliza para marcar la diferencia, la polaridad y, en casos, la oposición dia léctica entre dos magnitudes/realidades absolutas que están ahí en frente de nosotros. No siempre se supera el peligro de hablar de la naturaleza y la Gracia, de lo natural y Sobrenatural como de dos mundos que marchan paralelos, a semejanza de los binarios sobre los que marcha el tren. No es así, en absoluto. Hay que hablar, más bien, de dos vertientes, dimensiones o perspectivas para contemplar y tratar con una misma idéntica realidad objetiva, existente frente a nuestras facultades cognoscitivas y apetitivas. Así, todo lo que nos constituye y nos hace ser, pero también todo lo que entra bajo nues tro dominio nos es «natural», pertenece a nuestra «naturaleza». Y tam bién decimos que pertenece a nuestra «naturaleza» todo aquello que recibimos, gratuitamente incluso, de otro y sirve para perfeccionar-
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