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EXPERIENCIA DE LA VIRTUD EN SU LUCHA. 677 vertir lo que es otro que ella en algo propio de sí misma, en ella misma. Todo lo que no sea esto, incluido lo más noble y elevado, como costumbres consagradas o altos conocimientos de la ciencia, lo deja detrás de sí como «una sombra gris en trance de desaparición»: «desprecia a la inteligencia y a la ciencia —dones supremos del hom­ bre— , se ha entregado al diablo y tiene que sucumbir». Lo que hace, pues, es precipitarse en la vida y llevar a su cumplimiento «la indivi­ dualidad pura» (262). El sistema de valores en su conjunto, como dirí­ amos hoy, «las sombras de la ciencia, las leyes y los principios se des­ vanecen como niebla sin vida» (ais ein lebloser Nebel, 262-3). Sin embargo, el resultado de esta experiencia es justo el con­ trario de lo que se presumía. Pues, por una parte, esa conciencia individual no llega a ser para sí objeto, en cuanto que es esta con­ ciencia singular, sino «como unidad de sí misma y de la otra auto- conciencia, y de este modo como singular superado o como univer­ sal» (263). Ahora bien, el resultado de la experiencia va mucho más allá de la simple contrariedad, puesto que en el placer la conciencia individual se percibe y disfruta como autoconciencia objetivada, pero al mismo tiempo percibe el significado negativo que el placer comporta, su propia negación y anulación. El individuo se ve ani­ quilado, en definitiva, «por la esencia negativa que, carente de reali­ dad, se enfrenta vacía a aquella realidad alcanzada de su singulari­ dad y es, sin embargo, el poder que la devora» (263-4). Tiene que verse, pues, el individuo frente a frente con la nece­ sidad abstracta o el destino, que «es precisamente aquello de lo que no sabe decirse qué hace, cuáles son sus leyes y contenido positi­ vo, porque es... la relación simple y vacía, pero incontenible e indes­ tructible, cuya obra es solamente la nada de la singularidad» (264). No parece sino que el individuo queda pulverizado al estrellarse contra la fuerza ciega de la necesidad. Pero al mismo tiempo perci­ be que la necesidad o lo universal es la verdad de sí mismo. El indi­ viduo se reafirma entonces a sí mismo y pasa a protagonizar él la universalidad. Es así como surge la segunda de las fases antes mencionadas, caracterizada como «la ley del corazón y el desvarío de la infatuación», inspirada a lo que parece en alguna de las obras del romanticismo, el Karl Moor de Shiller, o incluso parcialmente en los escritos de Rous­ seau. Por de pronto, la diferencia de esta figura de la conciencia indi-

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