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676 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ sí en la negación de sí misma, al igual que las estrellas están disuel­ tas en la galaxia correspondiente como simple sustancia indepen­ diente (v. 257). En el mundo moderno el individuo no empieza por tener que sacrificarse en favor del todo ni disolverse en lo universal. La sustan­ cia ética, tal como se daba en el mundo antiguo, se ha perdido y, por tanto, también el individuo ha perdido la «confianza sólida» (gediege - nes Vertrauen) en su pueblo (259). Ahora el individuo va buscando directamente su realización, para lo cual no duda en enfrentarse «a las leyes y a las costumbres» (1. c.) y en erigirse, en cuanto este yo concreto, en «la verdad viviente para sí mismo» (1. c.). Esto tiene su precio, pues el individuo no cuenta con la felicidad que proporciona el poder fundirse con «la sustancia ética» (260), o con «el espíritu de un pueblo» (259), o al menos todavía no. Lo que le ocupa es generar una «contraimagen» (1. c.) de sí en la realidad, es decir, objetivarse y lograr la unidad con esa objetivación de sí mismo. Se trata de que tal unidad, que de antemano se da ya de suyo (an sich), llegue a constituirse para él mismo mediante su propio obrar. Éste es el ámbito en el que ha de buscarse y labrarse su pro­ pia felicidad, cuando ya no puede contar con la felicidad que otor­ ga el estar y sentirse inmerso en la sustancia. Para el individuo moderno la experiencia ética con el mundo empieza en ese punto en que frente a la realidad y a través de la misma tiene que ir reali­ zándose a sí mismo como «conciencia práctica» (1. c.). La sustancia ética se ha desvanecido y ha quedado rebajada a «predicado carente de mismidad» (260). Mismidad y vitalidad puede adquirir la ética por obra de los individuos que «tienen que implementar su universali­ dad por sí mismos y preocuparse ellos de su destino» (260). La auto- conciencia se hace al camino con el propósito de lograr su realiza­ ción como individuo y de disfrutar, como tal individuo concreto, de esa realización. A partir de este supuesto básico Hegel reconstruye las tres fases del proceso en el que la autoconciencia racional se realiza a sí misma. La primera de ellas, inspirada según parece en el primer Fausto de Goethe, lleva por título: «el placer y la necesidad» (die Lust und die Notwendigkeit ) . En ella la autoconciencia se pone a la tarea de llevar plenamente a término su ser-para-sí y con ello no ver en la realidad que tiene frente a sí otra cosa que a sí misma o, lo que es igual, con-

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