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674 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ va a quedar planteado al hilo de las críticas de Hegel a aquellos dos tipos de ciencia. La exposición de Hegel sobre la «fisionomica» y la «frenología» es relativamente extensa, pero aquí sólo interesa poner de relieve alguno de los aspectos que contribuyen a perfilar el principio de la individualidad. En cuanto a la primera, el significado que se puede atribuir a manifestaciones corporales como rasgos de la mano, tono de la voz, etc., es múltiple, tanto que es inagotable, y equívoco. Nunca se podrá saber si a partir de tales manifestaciones corporales alguien queda caracterizado como asesino, ladrón, etc., o como todo lo contrario. Y defender que si bien no se puede decir qué sea un individuo, sí se puede hablar con sentido de sus capacidades, de lo que puede llegar a ser, esto, además de quedar indeterminado, no afecta para nada al núcleo del ser individual que como tal perma­ nece inexpresable en ese orden de lo que se opina o conjetura acer­ ca de lo puramente entitativo (v. 235). Y, sobre todo, eso no tiene nada que ver con «el verdadero ser». Hegel da aquí un paso más en la caracterización de la individualidad al precisar que el verdadero ser del individuo está no en lo que «es», sino en lo que obra. Y desde esa perspectiva se supera también níti­ damente la concepción de la inefabilidad del individuo. En oposición decidida al supuesto de la fisionomica, según el cual «la realidad efec­ tiva del hombre» es su rostro, sus manos, su voz, etc., afirma Hegel: «El verdadero ser del hombre es más bien su obra» (236). A partir de aquí se entiende tanto mejor la crítica de la frenolo­ gía. Su pretensión de lograr el conocimiento del individuo a partir de algo simplemente externo y fijo, de lo que es «mera cosa» (bloßes Ding) como es no su cerebro, sino el cráneo (v. 238) da sin duda pie a la imaginación para toda suerte de «razones plausibles» (243). Pero un hueso del cráneo es completamente neutro e inexpresivo y ni remite a «un movimiento consciente» —como es esencialmente la individualidad— ni a partir de ahí se puede construir, en relación con la actividad anímica, una armonía preestablecida dotada de sen­ tido, y, por consiguiente, tampoco cabe elaborar una relación que sea algo más que un simple juego de contingencias (v. 244-5). La razón de fondo de esta inconsistencia vuelve a ser «que el ser como tal en general no es la verdad del espíritu» (248) y que por más que se pretenda fijar ese ser en estos o aquellos contenidos, dejan sin

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