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686 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ A primera vista la virtud se vacía de sentido, pero no es exac tamente así. Lo que critica Hegel no es la virtud sin más, sino su carácter abstracto e irreal. Y lo que ha puesto de manifiesto es la unidad inseparable de la realidad con lo universal, y en conse cuencia —por lo que a nuestro caso se refiere— la unidad inse parable del «en sí de la virtud» y del «ser p a r a sí del curso del mundo»; lo cual equivale a decir que cada una de esas dimensio nes por separado no pasa de ser una Ansicht, un simple modo de ver. Por tanto, si ha quedado vencida la virtud considerada como en sí, contrapuesto al curso del mundo, también ha quedado ven cido el curso del mundo, en cuanto contrapuesto a lo que es en sí. En cambio, no queda vencido ni desaparece bajo el punto de vista de que la individualidad o ser para sí que lo constituye es «mejor de lo que ella supone», es decir, que «su obrar es al mismo tiempo un obrar que es en sí, un obrar universal». Así pues, «cuando la individualidad obra para sí, está haciendo que se con vierta en realidad lo que por de pronto no era más que el ser en sí» (281 y 282). En su aplicación al tema que nos ocupa cabe decir que el curso del mundo hace que se convierta en realidad el en sí de la virtud. Sigue, entonces, teniendo sentido el concepto de virtud en la obra de Hegel. Es cierto que a partir de la Fenomenología ese término aparece más bien como ejemplo o como simple referencia histórica. Pero esto tiene lugar por las dos razones siguientes: en primer lugar, porque si el concepto de virtud implica el sacrificio del individuo en aras de lo universal, de lo que es bueno y verdadero en sí, tal concepto entra en contradicción con la vida moderna, que se cons truye no sobre el sacrificio —en el sentido de inmolación— , sino sobre el desarrollo de la individualidad. Y en segundo lugar, por que el universal que Hegel quiere salvar no es una dimensión con sistente en sí, de la que la individualidad fuera algo así como reflejo o participación, sino muy al contrario, es resultado de la individuali dad y su proceso. Las palabras con que termina el apartado que comentamos son, si se leen atentamente, muy claras en este senti do: «Por tanto, el obrar y el afanarse de la individualidad es fin en sí mismo; el empleo de las fuerzas, el juego de sus exteriorizaciones es lo que les infunde vida a ellas, que de otro modo serían el en sí muerto; el en sí no es un universal no desarrollado, carente de exis-
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