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EXPERIENCIA DE LA VIRTUD EN SU LUCHA. 685 pomposo que hace que tales ideales se vengan abajo como pala­ bras vacías. Lo que tales discursos revelan es la vacuidad de los mis­ mos que los pronuncian y, lo que es peor, el hecho de que el indi­ viduo que recurre, de forma hipócrita o no, a estas declamaciones sobre ideales tan nobles, en realidad lo que hace es pregonar su propia nobleza y distinción. En cualquier caso se trata de discursos edificantes, pero que no construyen nada. En segundo lugar, es significativo que en este contexto Hegel contraponga a este concepto moderno de virtud el concepto de vir­ tud antigua caracterizada por tener «en la sustancia del pueblo su fundamento pleno de contenido y como su fin un bien real ya exis­ tente» (1. c.) En consecuencia, esa virtud antigua tampoco iba contra la realidad misma y contra el curso del mundo. A diferencia de ella la virtud moderna, que Hegel considera, carece de sustancia y, por tanto, de esencia; es, pues, «una virtud solamente de la representación y de las palabras» (1. c.). En tercer lugar, tampoco es válido, ante la imposibilidad de explicar satisfactoriamente una presunta virtud que carece de conte­ nido, apelar al corazón, ya que con ello se reconoce la incapacidad de decir lo que se pretende. La propia cultura de la época ha perdi­ do, según Hegel, todo interés por ese tipo de discursos, que sólo producen hastío (v. 281). Hegel se planteaba, como hemos visto, la cuestión acerca de la experiencia de la virtud en su lucha contra el curso del mundo. Hacia el final del apartado nos da una respuesta precisa que sinteti­ za lo que hemos visto hasta ahora: «Por tanto, el resultado que surge de esta contraposición (entre la virtud y el curso del mundo) con­ siste en que la conciencia se desembaraza como de un manto vacío de la representación de un bien en sí que no tendría aún realidad alguna. La conciencia ha hecho en su lucha la experiencia de que el curso del mundo no es tan malo como se veía, pues su realidad es la realidad de lo universal. Y, con esta experiencia, desaparece el medio de hacer surgir el bien mediante el sacrificio de la individua­ lidad; pues la individualidad es precisamente la realización de lo que es en sí; y la inversión cesa de ser considerada como una inver­ sión del bien, pues es más bien precisamente la inversión de éste, como mero fin, en la realidad efectiva: el movimiento de la indivi­ dualidad es la realidad de lo universal» (281).

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