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EXPERIENCIA DE LA VIRTUD EN SU LUCHA.. 683 aquí utilizada del «caballero de la virtud»: «La virtud no sólo se ase­ meja al combate que en la lucha únicamente se preocupa de man­ tener su espada sin mancha, sino que también ha entablado la lucha para preservar las armas; y no sólo no puede emplear las suyas pro­ pias, sino que tiene también que mantener intactas las del adversa­ rio y protegerlas contra sí misma, ya que todas ellas son partes nobles del bien por el cual se ha lanzado a la lucha» (278). Éste es el resultado de la experiencia de la virtud en su lucha con el curso del mundo presenciada esa lucha desde el lado de la virtud. Si ahora la contemplamos desde el lado opuesto —el curso del mundo— el resultado es el mismo, aunque bajo una perspectiva diferente. Para el curso del mundo, enemigo de la virtud, la esencia no es lo universal, el bien, etc., sino la individualidad, «el principio negativo para el que nada hay permanente y absolutamente sagra­ do, sino que puede arriesgar y soportar la pérdida de todas y cada una de las cosas». Bajo este aspecto tiene todas las de ganar, mucho más si se tiene en cuenta la contradicción en que se ve envuelto su adversario, y que se sintetiza en que la virtud se halla vinculada al en sí del bien, y subordinada a él, en tanto que el curso del mundo no sólo no está subordinado al en sí, sino que éste es «para él», está supeditado a él y lo puede manejar según se lo proponga de acuer­ do con su propio interés. Y así, la individualidad puede, si le intere­ sa, hacer desaparecer o dejar que siga existiendo el en sí. Lo tiene en cualquier caso en su poder, como tiene también por ello en su poder al caballero virtuoso, justo en cuanto que éste está firmemen­ te sujeto a ese momento del en sí. Digamos que el curso del mundo trabaja con ventaja por cuan­ to no está vinculado a nada, en tanto que la virtud está vinculada a lo que es vigente en sí. Al contrario de lo que puede hacer su adver­ sario, el caballero de la virtud no puede desprenderse de ese momento del en sí «como de un manto en el que se envolviese exte- riormente y liberarse de él, dejándolo atrás, pues ese momento es para él la esencia que no puede eliminarse» (278 y 279). Tampoco puede, por otra parte, la virtud sorprender a su enemigo, el curso del mundo, con ningún tipo de ardid, tal como que el bien se reali­ zará porque tiene la fuerza suficiente para imponerse. No cabe tal sorpresa por lo mismo que el curso del mundo no deja nada a su

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