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682 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ hacia el bien por una parte y en relación con el curso del mundo, por otra. En cuanto a lo primero, más que de una auténtica lucha se trata de una simple finta (Spiegelfechterei), dado que la virtud cree —y así lo hace valer— «en la unidad originaria de su fin (que, como ya hemos visto, no es sino el bien mismo) y de la esencia del curso del mundo» (1. c.); cree, con otras palabras, que el bien se impondrá —se está imponiendo ya— por sí mismo; una finta, por lo demás, que tampoco puede tomar en serio ni dejar que sea toma­ da en serio. Es decir, no debe luchar ni tampoco hacer como que lucha, porque no debe exponer —ni tan siquiera dar la impresión de que expone— el bien al desgaste o al deterioro, tanto en ella misma como en el curso del mundo, puesto que en realidad su tarea es preservar y hacer que se despliegue ese mismo bien. No vale decir que lo que queda expuesto a ese desgaste y deterioro no es el bien mismo, sino las fuerzas o capacidades, puesto que éstas coin­ ciden con el bien mismo o con lo universal en esa fase primera, previa a su realización. Y por otra parte, muestra palpable de que la lucha no se toma para nada en serio es que el simple concepto de la misma implica que el bien está ya realizado, puesto que decir en este caso «lucha» es tanto como decir «ser para otro» o que «el bien en la lucha y mediante la lucha está puesto de ambos modos», como en sí y como ser para otro, y ser para otro es lo que significa realización. Con otras palabras, si la lucha tiene como sentido la realización del bien y tal realización tiene que darse como supuesto previo a la lucha misma, ésta no se está tomando ni se puede tomar en serio. Pero la virtud cae además en contradicción en su directa rela­ ción con el curso del mundo. La contradicción está sencillamente en lo siguiente. La virtud lucha contra el curso del mundo porque éste es opuesto al bien que ella quiere realizar. Sin embargo, el curso del mundo no es sino el universal mismo, animado por la indi­ vidualidad y realizado en ella, el universal realmente efectivo frente al universal de que habla la virtud. En consecuencia, el curso del mundo es invulnerable, pues «allí donde la virtud prende en el curso del mundo hace siempre blanco en aquellos puntos que son la exis­ tencia del bien mismo». Puesto que el bien se cumple en el desarro­ llo de la individualidad, la virtud no puede ni sacrificar lo propio ni transgredir lo ajeno. Dicho con palabras acomodadas a la imagen

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