PS_NyG_2000v047n002p0611_0631

618 ISABEL ORELLANA VILCHES 3. AMOR-AGÁPE Al tratar este tema, el profesor Rivera se ha centrado en las cua­ tro formas fundamentales del amor, a saber: amor-storgé, amor-eros, amor-filia y amor-agápe. De entre todas ellas, como es bien sabido, el autor destacó la última, amor cristiano por excelencia, «descen­ dente en donación plena»12. Rivera ha incluido una matización suma­ mente importante en su estudio de este amor, que según indicación del propio Cristo en el evangelio tiene unas características bien con­ cretas (Jn 13, 34; Mt 22, 39, y Jn 15, 12). Es la referida al amor a sí mismo «punto de partida de todo legítimo amor» cuya nota esencial es la rectitud que señala la búsqueda de bienes espirituales13. El inte­ rés de esta apreciación radica justamente en que con ella se destierra la idea, tantas veces mantenida, respecto de la distancia que se esta­ blece entre Dios y el ser humano, cuando éste se ama a sí mismo. En este punto considero de capital importancia, por ello, esa segun­ da nota del amor a sí mismo que el P. Enrique ha mencionado, como es: «la aceptación de sí»14. Sin duda, ésta es la clave. En efecto, la aceptación de nosotros mismos, cuando está pre­ sidida por el amor a Dios, con la conciencia de que es de él de donde provenimos, es lo que nos impele a salir de nosotros mismos en búsqueda de ese Dios que nos trasciende. En cambio, un recha­ zo frontal a lo que somos, o simplemente un mero desinterés por ello nos sitúa en una perspectiva alejada de él. El P. Enrique ha subrayado ese venir de Dios (inmanencia) e ir a Dios (trascenden­ cia) desde una perspectiva ciertamente vital15. El amor a sí mismo, 12 E. R iv er a , «Mis textos preferidos», en Anthropos, Suplemento, o. c., p. 62. 13 E. R ivera , «Las formas fundamentales del amor», en Anthropos, Suplemento, o. c., p. 104. 14 E. R iv er a , ibid. 15 En su «Autobiografía intelectual», en Anthropos, o. c., p. 25. Rivera contra­ pone el amor extático — cristiano— al amor físico —griego— en razón de que la salida fuera de sí característica del primero impide radicalmente poder unir esta ten­ dencia con «el repliegue, más o menos egoísta, sobre sí mismo». Y añade que fueron los místicos del siglo xn, san Bernardo y los Victorinos, quienes defendieron esta concepción que fue heredada por la escuela franciscana. No le convenció del todo este planteamiento y, tras consiguientes lecturas y hondas reflexiones, se le hizo patente el profundo sentido personalista del amor cristiano, y es lo que constituye un aspecto fundamental de su pensamiento.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz