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630 ISABEL ORELLANA VILCHES del P. Enrique. Si alguien hubiese sostenido que su ingente produc­ ción en el tema franciscano se debió al interés por la investigación del mismo, únicamente, máxime habiendo sido franciscano capuchino, la objeción hubiera sido inmediata: hay algo que determina la frontera entre lo especulativo y lo experiencial; entre el fruto del pensamiento y la vivencia. Y en el P. Enrique lo había, naturalmente. Todos los que le hemos conocido lo sabemos muy bien; ese «algo» era su propia vida, su ejemplo. Su presencia entre nosotros no nos hubiera permitido expresarlo con esta claridad por pudor y respeto a su persona. Hoy, sin embargo, cuando ya no nos honra con ella, se puede proclamar abiertamente lo que muchos hemos tenido ocasión de comprobar. Lo que fascina a quien estas palabras escribe es rastre­ ar los textos que el P. Enrique ha dejado escritos, especialmente los que contienen su franciscanismo, al constatar la coherencia entre su vida y su pensamiento. Ver de qué forma tan admirable quería poner de manifiesto el carácter riguroso de la vivencia del santo de Asís, quien realmente no necesita ninguna defensa, ni el profesor Rivera lo pretendió, naturalmente, pero sí se propuso extraer el néctar formida­ ble de la virtud de Francisco situando en su justa medida su carácter, a veces mal entendido o dado por supuesto, tanto en los trabajos de estudiosos del tema, como en la creencia del público en general. Y todo ello surgía del espíritu inocente de un hombre que amaba su vocación y su origen. Y fruto de su respeto y amor ilimitado fue ges­ tando en su mente lo que su corazón le pedía a gritos. Véase sino lo que contienen estas palabras con las que cierra sus: «Vivencias prima­ rias del alma de san Francisco»: «Nunca como esta vez el desmoche que todo escritor tiene que realizar en la redacción de su obra ha sido hecho por mí de modo más implacable. El libro que bulle “in mente” protestaba por ello. Pero he querido dar aquí un esquema esencial del mismo como homenaje al hermano , compañero y amigo. Y también, con el deseo de que dé pie a coloquios con otros franciscanistas. Lo cual puede ayudarme a que sea menos imperfecto el libro que pienso redactar en honor de san Francisco. Libro que ha de con­ tener lo mejor de mi pensar y de mi vivir »47. 47 E. R iv e r a , ibid., p. 150.

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