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LA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DE JUAN PABLO II. 603 miento y la muerte puedan expresar el amor que se da sin pedir nada a cambio» (n. 93). En relación a la interpretación de las fuen­ tes de la Revelación «es necesario que el teólogo se pregunte cuál es la verdad profunda y genuina que los textos quieren comunicar, a pesar de los límites del lenguaje» (n. 94). Cuando se trata de los textos bíblicos, el teólogo tiene que tener siempre presente que «su significado está en y para la histo­ ria de la salvación» (n. 94). Como antes hemos constatado en las propias palabras del Papa, «las tesis del historicismo no son defen­ dibles. En cambio, la aplicación de una hermenéutica abierta a la instancia metafísica permite mostrar cómo, a partir de las circuns­ tancias históricas y contingentes en que han madurado los textos, se llega a la verdad expresada en ellos, que va más allá de dichos condicionamientos... La verdad jamás puede ser limitada por el tiempo y la cultura; se conoce en la historia, pero supera la histo­ ria misma» (n. 95). Desde esta perspectiva, cabe ahora dar respuesta a «otro proble­ ma: el de la perenne validez del lenguaje conceptual usado en las definiciones conciliares» (n. 96). Y se remite a la Humani generis de Pío XII. En resumidas cuentas, «la historia del pensamiento enseña que, a través de la evolución y la variedad de las culturas, ciertos conceptos básicos mantienen su valor cognoscitivo universal y, por tanto, la verdad de las proposiciones que los expresan» (n. 96). En esta actividad de lectura e interpretación juega un papel clave la filo­ sofía. «La especulación filosófica podría ayudar mucho en este campo» (n. 96). Para la reflexión teológica, «un paso ulterior e inclu­ so más delicado y exigente es la comprensión de la verdad revela­ da, o sea, la elaboración del intellectus fidei» (n. 97). Una vez más Juan Pablo II manifiesta su convicción sobre la necesidad de recurrir a la filosofía para este cometido. «Como ya he dicho, el intellectus fidei necesita la aportación de una filosofía del ser, que permita ante todo a la teología dogmática desarrollar de manera adecuada sus funciones» (n. 97). En caso contrario, sería difícil poder incorporar al intellectus fid ei toda la gran riqueza de la tradición teológica. «En el marco de la tradición metafísica cristiana, la filosofía del ser es una filosofía dinámica que ve la realidad en sus estructuras ontológicas, causales y comunicativas» (n. 97). Ella permite la apertura plena y global hacia la realidad universal.

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