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598 CEFERINO MARTÍNEZ SANTAMARTA teológica y hacerla asequible a los contemporáneos, se recurre sólo a las afirmaciones y jerga filosófica más recientes, descuidando las observaciones críticas que se deberían hacer eventualmente a la luz de la tradición. Esta forma de modernismo, por el hecho de sustituir la actualidad por la verdad, se muestra incapaz de satisfacer las exi­ gencias de verdad a la que la teología debe dar respuesta» (n. 87). 3. Cientificismo . Es la mentalidad que afirma que sólo la cien­ cia empírica puede conocer y explicar racionalmente la realidad. Por consiguiente, el método experimental debe extenderse a los terrenos de la filosofía y de la moral. La mentalidad cientificista es rechazada por considerar como verdades sólo las de la ciencia. «Esta corriente filosófica —escribe el Papa— no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas, relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el cono­ cimiento religioso y teológico como el saber ético y estético» (n. 88). Al amparo del avance tecnológico el ser humano cree haber sacia­ do sus ambiciones prometeicas, asumiendo el eslogan comtiano: «Saber para prever, prever para poder». Tan dueño y señor se consi­ dera el hombre, que incluso puede soñar con la producción de seres humanos a la carta. «La ciencia —prosigue el Papa— se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos innegables de la investigación cien­ tífica y de la tecnología contemporánea han contribuido a difundir la mentalidad cientificista, que parece no encontrar límites, teniendo en cuenta cómo ha penetrado en las diversas culturas y cómo ha aportado en ellas cambios radicales» (n. 88). Es conveniente caer en la cuenta de que nos encontramos ante una fabulosa superstición cuando creemos que la última palabra la tienen las ciencias, en cuyo nombre podemos encalar y encerrar todo cuanto no se ajuste a las constantes del cómo , dónde y cuándo. En la mentalidad cientificista el qué, el por qué y el para qué carecen de sentido. Son producto del sentimiento y de la emotividad y funda­ mento de esos mundos imaginarios, sin bases sólidas, como la Teolo­ gía, la Metafísica y la Moral incluso. La cuestión del sentido es un sin- sentido en la perspectiva positivista o cientificista. «Se debe constatar lamentablemente —añade— que lo relativo a la cuestión sobre el sen­ tido de la vida es considerado por el cientificismo como algo que per­ tenece al campo de lo irracional o de lo imaginario» (n. 88).

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