PS_NyG_2000v047n002p0573_0609

LA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DE JUAN PABLO II. 593 tal»— sin estímulo alguno por la búsqueda de la verdad y el sentido último de la existencia. En consecuencia, para que la filosofía esté en armonía con la palabra de Dios es preciso: 1. Que la filosofía halle de nuevo su dimensión sapiencial de una manera crítica y como última instancia de unificación del saber y del obrar humano, a la par que busca el fundamento natural constitu­ tivo del sentido último y global de la vida humana. «Para estar en con­ sonancia con la palabra de Dios —escribe el Papa— es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapien­ cial de búsqueda del sentido último y global de la vida. Esta primera exigencia, pensándolo bien, es para la filosofía un estímulo útilísimo para adecuarse a su misma naturaleza. En efecto, haciéndolo así, la filosofía no sólo será la instancia crítica decisiva que señala a las diver­ sas ramas del saber científico su fundamento y límite, sino que se pondrá también como última instancia de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un senti­ do definitivos... La palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su obrar en el mundo. Por eso invita a la filo­ sofía a esforzarse en buscar el fundamento natural de este sentido, que es la religiosidad constitutiva de toda persona. Una filosofía que quisiera negar la posibilidad de un sentido último y global sería no sólo inadecuada, sino errónea» (n. 81). 2. Que compruebe la capacidad del ser humano de llegar al conocimiento de la verdad objetiva mediante la debida y correcta aedequatio rei et intellectus a la que se refieren los escolásticos. «Ésta es, pues, una segunda exigencia: verificar la capacidad del hombre de llegar al conocimiento de la verdad; un conocimiento, además, que alcance la verdad objetiva, mediante aquella adaequa- tio rei et intellectus a la que se refieren los doctores de la Escolásti­ ca» (n. 82). Ahora bien, la teología, para comprender y explicar estas afir­ maciones, «necesita la aportación de una filosofía que no renuncie a la posibilidad de un conocimiento objetivamente verdadero, aunque siempre perfectible. Lo dicho es válido también para los juicios de la conciencia moral que la Sagrada Escritura supone que pueden ser objetivamente verdaderos» (n. 82).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz