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592 CEFERINO MARTÍNEZ SANTAMARIA sobrenatural, de los contenidos de la revelación. Sin embargo, en consonancia con la Fides et ratio, los papeles pueden y deben tro­ carse, ya que la teología también puede prestar inapreciables servi­ cios a la filosofía. Desde un punto de vista negativo, la teología puede ejercer una importante función rectora en el quehacer filosófico de un cristiano, de un creyente. Y es que si la verdad sólo puede ser una, y si la pala­ bra de Dios no puede engañarnos, el pensador cristiano sabe de ante­ mano qué caminos debe dejar de lado para no caer en el error. Desde un punto de vista positivo, la teología puede desempe­ ñar, además, un papel positivo en la actividad filosófica, poniendo a disposición del hombre que piensa, reflexiona y busca, verda­ des, ideas y conocimientos que sobrepasan su capacidad mental o muy difícilmente accesibles a la razón humana. Por ejemplo, la existencia de un Dios personal, libre y creador, la dignidad y espi­ ritualidad de la persona humana... Esto es una convicción básica en esta «filosofía» presente en la Biblia: «La convicción fundamental de esta “filosofía” contenida en la Biblia es que la vida humana y el mundo tienen un sentido y están orientados hacia su cumpli­ miento, que se realiza en Jesucristo» (n. 80). La encíclica se refiere con frecuencia a la crisis de sentido en los hombres de nuestro tiempo, valorada como uno de los elemen­ tos más notables de nuestra situación actual, y a la fragmentariedad del saber, así como a la falta de referencia a lo transcendente. «Se ha de tener presente —escribe el Papa— que uno de los elementos más importantes de nuestra condición actual es la “crisis de senti­ do”. Los puntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida y sobre el mundo se han multiplicado de tal forma que pode­ mos constatar cómo se produce el fenómeno de la fragmentariedad del saber. Precisamente esto hace difícil y a menudo vana la bús­ queda de un sentido» (n. 81). En consecuencia, aparece la falta de referencia a lo transcendente. «La consecuencia de esto —añade— es que a menudo el espíritu humano está sujeto a una forma de pensamiento ambiguo, que lo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo, dentro de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascendente» (n. 81). La filosofía que se aferrara a permanecer en esta situación se arriesgaría a degradar la razón redu­ ciéndola a funciones meramente instrumentales —«razón instrumen-

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