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LA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DE JUAN PABLO II. 587 que «la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no pueden contradecirse entre sí» (n. 43). En este mismo capítulo se inicia ya el análisis de las situacio nes irregulares producidas a partir de la separación entre la fe y la razón acaecida con la aparición de la Edad Moderna. La llegada de la época moderna señala un período de progresiva y nefasta sepa ración entre la fe y la razón. «A partir de la baja Edad Media —escri be el Papa— la legítima distinción entre los dos saberes se transfor mó progresivamente en una nefasta separación. Debido al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las pos turas, llegándose de hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma respecto a los contenidos de la fe. Entre las consecuen cias de esta separación está el recelo cada vez mayor hacia la razón misma. Algunos comenzaron a profesar una desconfianza general, escéptica y agnóstica, bien para reservar mayor espacio a la fe, o bien para desacreditar cualquier referencia racional posible a la misma» (n. 45). Añade más adelante: «En el ámbito de la investigación científica se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que no sólo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafí sica y moral. Consecuencia de esto es que algunos científicos, caren tes de toda referencia ética, tienen el peligro de no poner ya en el centro de su interés la persona y la globalidad de su vida» (n. 46). También hace referencia al nihilismo, el cual «está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional» (n. 46). De ahí el consiguiente cambio de papel desempeñado por la filosofía. Ésta se convierte en una razón instrumental al servicio de fines utilitaristas de placer o de poder. «Estas formas de racionalidad — dice el Papa— en vez de tender a la contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido de la vida, están orien tadas — o, al menos, pueden orientarse— como “razón instrumen tal” al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder» (n. 47). «El hombre —añade— vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su
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