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586 CEFERINO MARTÍNEZ SANTAMARTA cia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma» (n. 33). El hombre —dice en el número 28— «nunca podra fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia esta­ ría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquel que busca la verdad» (n. 28). Esta afirmación se completa con otra: «El hombre, ser que busca la verdad, es también aquel que vive de creencias» (n. 31). C a pítu lo IV. Relación entre la f e y la razón El capítulo 4.° comienza ofreciendo una síntesis histórica, marca una profunda síntesis histórica filosófica y teológica de la relación entre fe y razón, de la relación entre cristianismo y filosofía desde los primeros pasos dados por los pensadores cristianos como san Justino, hasta los grandes nombres recientes, pasando por san Agus­ tín, san Anselmo y santo Tomás de Aquino. Comienza Juan Pablo II refiriéndose a la estrategia del primer cristianismo en su implantación en la cultura y la religión greco-lati­ na, al hilo del pensamiento paulino en la carta a los Romanos: Habiendo degenerado en idolatría la religión pagana (Rom 1, 21-32), «el apóstol considera más oportuno relacionar su argumentación con el pensamiento de los filósofos, que desde siempre habían opuesto a los mitos y a los cultos mistéricos conceptos más respetuosos de la trascendencia divina. ... Las supersticiones fueron reconocidas como tales y la religión se purifica, al menos en parte, mediante el análisis racional. Sobre esta base los Padres de la Iglesia comenzaron un diá­ logo fecundo con los filósofos antiguos, abriendo el camino al anun­ cio y a la comprensión del Dios de Jesucristo» (n. 36). Citando a san Anselmo, el Papa recuerda que «la prioridad de la fe no es incompatible con la búsqueda propia de la razón. En efecto —añade—, ésta no está llamada a expresar un juicio sobre los conte­ nidos de la fe, siendo incapaz de hacerlo por no ser idónea para ello. Su tarea, más bien, es saber encontrar un sentido y descubrir las razo­ nes que permitan a todos entender los contenidos de la fe» (n. 42). Y esto sin contradicción. Citando a santo Tomás, Juan Pablo II concluye

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