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518 CIRILO FLÓREZ MIGUEL partes, en cualquiera de ellas? Para cada uno de nosotros el centro esta en sí mismo. Pero no puede obrar si no lo polariza; no puede vivir si no se descentra. Y ¿adonde ha de descentrarse sino tendien­ do al otro como él? El amor de hombre a hombre, de hombre a mujer, quiero decir, ha producido las maravillas todas»l6. La existencia se caracteriza por el obrar. Existe lo que obra; pero el existir humano necesita del otro para obrar. Don Quijote necesita de Sancho lo mismo que de Dulcinea. El individuo tiene su centro en sí mismo, pero dado que su esencia es el obrar, necesita descentrarse para ello y su descentramiento le lleva al otro con el que forma la asociación de los únicos. El antropocentrismo indivi­ dualista de Unamuno puede explicarse de acuerdo con la idea del máximo y del mínimo de Nicolás de Cusa. Cada uno de nosotros es único. No hay otro yo en el mundo. Pero nuestra unicidad exige polarizarse para obrar: dualidad. Y si esta apertura al otro la pro­ yectamos al infinito tenemos a Dios como ideal del hombre. El máxi­ mo en el que coinciden todos los unos y sus polaridades. Pero el Dios de Unamuno es fruto de la Humanidad dolorida que es mujer. Es la humanidad como madre purísima la que ha engendrado a Dios como ideal del hombre. En este punto puede apreciarse un matiz feuerbachiano de la filosofía de Unamuno. Dios es una proyección del hombre, pero no como vir, como Amo de la casa, como paterfamilias, sino como humanidad entendida como Madre Germinadora, que sin conocer razón y gracias al ‘soplo divi­ no’, engendra a Dios como ideal del hombre. Dios, infinito y eter­ no, es el ideal que el hombre tiene que realizar con su obrar. Y para la realización de este ideal no necesita de ningún elemento de la carne, sino solamente del espíritu que es ‘soplo divino’. Aquí nos encontramos con una curiosa coincidencia entre Unamuno y Hei- degger a propósito de la idea de espíritu. De acuerdo con la teología cristiana el espíritu es engendrador, y engendra gracias a su ‘soplo divino’, sin el concurso de ningún ele­ mento material. Así es como el Hijo de Dios ha sido engendrado en su Madre María. Aquí reside el paradigma de la idea unamuniana de creación. Don Quijote, gracias al ‘soplo divino’ de su fe, ha creado a 16 OC, III, p. 128.

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