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510 BERNARDINO DE ARMELLADA palabras, de las que se deduce con claridad el celo increíble que puso en la labor encomendada ese hombre de sesenta y tres años, que no usaba coche particular ni podía soñar con un «personal com­ puter»: «Recibido el nombramiento, eché mano de un maletín lleno de papeles en blanco y de una máquina de escribir; con estos per­ trechos empecé la peregrinación por algunas ciudades y no pocos pueblos, visitando con especial interés a deudos de los mártires: padres, hermanos, sobrinos y otros seres queridos. Fueron asimismo cientos de personas con quienes cambié impresiones, y cuidadosa­ mente anoté los datos más importantes relacionados con la vida y la muerte de nuestros Hermanos asesinados. Se impuso luego el estudio sereno y ordenado de las referencias obtenidas en mis corre­ rías, mediante el cual llegué al convencimiento de que existía sólida base para intentar la tramitación de los procesos». Esto último fue un trabajo nuevo, consistente en citar y presentar los testigos que habían de deponer en los respectivos procesos de los obispados de Santander, Oviedo y Madrid. El P. Crisostomo rozaba los setenta años cuando pudo entregar su trabajo a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos (entonces «Congregación de Ritos»). Bien se le puede llamar «mártir de los mártires» (f 12-XII-1981) l6. Gracias a la iniciativa del papa Juan Pablo II, que dio luz verde al proseguimiento de los procesos relativos a los presuntos mártires de la revolución española, el 29 de marzo de 1987 tuvo lugar la pri­ mera beatificación. De estos Hermanos Capuchinos de Castilla se han realizado ya los trámites complementarios actualmente exigidos para la continuación de su causa. El nuevo Vice-Postulador, autor también de este trabajo, quiere con estas líneas tributar un homenaje a su memoria, esperando, con tantos otros, que la Iglesia no tarde en honrarlos con el título de Beatos Mártires. Roma, noviembre 1999 B ernardino de A rmellada , OFMCap 16 Él mismo, en su libro, declara que el uso de los términos «mártir», «santo», o parecidos, no tiene otro valor que el puramente humano, y en ningún modo el canó­ nico que la Iglesia se reserva con la beatificación o canonización. Cf. o. c., Declara­ ción, p. 11.

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