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508 BERNARDINO DE ARMELLADA en cárcel. Pronto se ganó la simpatía de los demás detenidos y cuan­ do éstos decían que, al llegar la victoria de los nacionales, harían pedazos a sus carceleros, él repetía: «No, eso no; hay que perdonar». Pero a él no le perdonaron su condición de sacerdote y su apostola­ do entre los presos. En la noche del 5 al 6 de septiembre, a él y a otros escogidos para el sacrificio les ataron las manos atrás y, subidos a un camión, les ligaron también los pies para que no pudieran esca­ par. Cuatro horas rodaron por las carreteras del norte de Asturias hasta llegar al cementerio de Peón. Allí, según descendían del camión, iban siendo fusilados uno por uno. El P. Domitilo fue el penúltimo y tuvo la serenidad de dar la absolución a cada uno; también al guardia civil, que sería el último en caer bajo el fuego de los fusiles. De los dos conventos capuchinos en la Cantabria actual, tres reli­ giosos murieron víctimas de la persecución marxista. El primero fue el P. Ambrosio d e Santibáñez (Alejo Pan López, 1888-1936). Era el Supe­ rior del convento de Santander. El 29 de julio de 1936, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, los religiosos se decidieron a aban­ donar el convento antes de que los milicianos fueran a echarlos. La vida del P. Ambrosio se hizo entonces de escondite, cambiando varias veces de domicilio, para sustraerse a los registros que se hacían bus­ cando sacerdotes y religiosos. Fue el 14 de noviembre cuando un registro en la casa donde se encontraba dio con él en la comisaría. Encerrado en un sótano, fue conducido al día siguiente a la prisión provincial y luego, el 16 de noviembre, al barco prisión «Alfonso Pérez». Los supervivientes de aquella mazmorra dieron espléndido tes­ timonio del apostolado valeroso y sereno del P. Ambrosio, atendiendo espiritualmente sobre todo a los seglares detenidos. Una irrupción aérea de los nacionales sobre Santander provocó la rabia de los mili­ cianos, que al grito de «hay que matarlos a todos» organizaron una car­ nicería en las bodegas del barco. Iban invitando a subir a cubierta a quienes les parecía. Su destino era el fusilamiento inmediato. Parecía que el P. Ambrosio, desconocido de los milicianos, se iba a salvar. Pero uno fijó la mirada en él y dijo: «Tú también, que tienes cara de cura, arriba». «Soy religioso», dijo el P. Ambrosio, que cayó muerto segundos después. De otro señor, tomado por sacerdote e invitado a subir, se constató que era un padre de familia y se le ahorró el marti­ rio. Cerca de Santoña, en el término de Escalante, se encuentra el con­ vento de Montehano, que en 1936 era el Colegio de Filosofía de los Capuchinos de Castilla. Fue el 7 de agosto cuando los milicianos rodé-

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