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MÁRTIRES Y MARTIRIO 507 todos al grito de «¡Viva Cristo Rey!». Así cayó, con la valentía de un mártir, el P. Berardo de Visantoña. Era el 14 de agosto de 1936. El P. Arcángel de Valdavida (Ángel de la Red Pérez, 1882-1936) había trabajado como misionero en Venezuela. Casi ciego, su apostolado en Gijón era el confesonario. No quiso abandonar el convento días antes del asalto del mismo por no dejar a los hermanos. Su suerte fue la misma del P. Berardo. A ellos iba unido el misionero popular, P. Ilde­ fonso de Armellada (Segundo Pérez Arias, 1874-1936), sacerdote dio­ cesano antes de ser capuchino, que vio en el martirio el cumplimien­ to de un deseo varias veces expresado y que pudo evitar cuando, estando en León unos días antes del alzamiento, se le invitó a no regresar de momento a Gijón, porque se sospechaba, con razón, que en dicha ciudad se corría más peligro que en ninguna otra. La misma edad que el P. Ildefonso tenía Fray Alejo de Terradillos (Basilio Gon­ zález Herrero, 1874-1936), ejemplarísimo hermano, que en cierta oca­ sión respondió a la pregunta de un novicio sobre el mejor modo de amar a Dios, diciendo: «A Dios hay que amarle sin modo ni medida». No se quedó sólo en palabras. Lo hizo con la vida y, finalmente, con la muerte. El martirio lo había ya presentido tiempo antes de que se produjera el alzamiento nacional: «Ahí, en ese jardín de enfrente, nos matarán», había dicho a personas de su confianza que frecuentaban el convento, del que era portero. En realidad seguiría el camino de los tres anteriores, lo mismo que Fray Eusebio de Saludes (Ezequiel Prieto Otero, 1885-1936). Había pasado este hermano nueve años en Cuba, donde a los oficios materiales de la casa había unido su servi­ cio de catequista en la parroquia. Aquejado largos años de anemia, llevó su enfermedad con paciente resignación, coronando su sacrifi­ cio con el martirio. Otro hermano, Fray Eustaquio de Villalquite (Ber­ nardo Cembranos Nistal, 1893-1936), aunque encarcelado con los cinco anteriores, no fue fusilado el mismo día 14 de agosto. Era «el cocinero de los frailes». Un compañero de prisión diría que «pasó cua­ renta días de cárcel rezando». Con otros presos, le dedicaron durante algún tiempo a escombrar el cuartel bombardeado de Simancas, hasta que la noche del 30 al 31 de agosto se deshacían del molesto rezador dándole la muerte. Al convento de Gijón pertenecía también el P. Domitilo de Ayoó. Había salido a predicar en la fiesta sacramental de un pueblo, y allí se encontraba cuando sus hermanos fueron dete­ nidos en la ciudad. Refugiado en una casa amiga, fue, sin embargo, arrestado el 3 de agosto y llevado a la iglesia de Candás, convertida

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