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506 BERNARDINO DE ARMELLADA vento. Invitado a seguir las costumbres depravadas de los ocupan­ tes del convento, incluso a blasfemar, se mantuvo fiel a su fe y a sus votos. «Mátenme, pero no blasfemo», respondió con claridad a sus guardianes, que terminaron cansándose de su paciencia y humildad. El día 23 de agosto tres milicianos disparan contra él sus escopetas y le dejan desangrarse lentamente. Otro Hermano, Fray Primitivo d e Villam izar (Lucinio Fontanil Medina, 1884-1937) sería el último de la serie de capuchinos de Castilla martirizados. Al ser liberado después de la primera detención con los demás religiosos de El Pardo, acudió a la casa de unos sobrinos suyos. Éstos, sin otra razón que la de poder trabajar, se habían afiliado a la CNT y, bus­ cando la seguridad del tío, le procuraron la documentación de dicho sindicato, por lo que pudo andar tranquilo por Madrid. Pero el 19 de mayo de 1937, reconocido como «un fraile de El Pardo», unos milicianos lo prendieron y le hicieron desaparecer. A una sobrina, que preguntó insistentemente en un centro de la CNT por el para­ dero de su tío, sólo se le dio esta contestación: «Ese hombre era frai­ le, y la CNT ya sabrá lo que tiene que hacer con él». El día 20 de mayo es la fecha probable de su martirio. También asesinado como religioso, aunque era un simple donado recogido en el convento de El Pardo, N orberto C em branos d e Villalquite (1891-1936) había muerto el 24 de septiembre de 1936. El convento capuchino más que diezmado en la lucha inspirada por el marxismo ateo contra la religión católica de España, fue el de Gijón. Siete de sus once miembros pagaron con su vida el delito de ser religiosos. El P. B era rd o d e Visantona (Joaquín Frade Eiras, 1878-1936), vicario del convento, el día 21 de julio de 1936 fue expul­ sado del convento y encarcelado con otros cinco compañeros sucesi­ vamente en la Iglesia de los Jesuítas y posteriormente en la Iglesia de San José. Un día la chusma, soliviantada por un bombardeo de parte de las tropas nacionales, rodea la iglesia de San José pidiendo la muerte de los presos. Los milicianos deciden corresponder a los dese­ os de un público entontecido de furor sanguinario. Comienzan divi­ diendo a los presos en tres secciones: sacerdotes y religiosos, falan­ gistas y políticos de derechas. Evidentemente la condena de los primeros no era otra que su condición religiosa, intolerable para el ateísmo marxista. Recogidos, serenos y rezando suben a la camione­ ta, entre otros, cinco capuchinos, entre los cuales está el P. Berardo. En el camino hacia el cementerio de Jove se dan la consigna de morir

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