PS_NyG_2000v047n002p0495_0510

MÁRTIRES Y MARTIRIO 505 libertad. Cada uno deberá buscar un refugio, con la precaución que exigía la probabilidad de que serían buscados por las bandas de milicianos. El P. Alejandro se dirige a la casa de unos amigos. Pero la denuncia del portero de la casa, de que allí se celebraba misa, le forzó a cambiar de hospedaje. A pesar de ello, la persecución del fraile tuvo finalmente éxito. Un grupo de milicianos se lo llevaron y lo asesinaron en la noche del 15 al 16 de agosto de 1936. También por una denuncia enemiga de Dios y de los que se confesaban suyos, era arrestado el P. Gregorio d e la Mata de Monteagudo (Qui- rino Diez del Blanco, 1889-1936). Pasaba entre los demás detenidos como un jornalero con el nombre de Juan Bermúdez. Su delicada salud le ocasionaba no pocos sufrimientos físicos y morales. En esta situación se pensó ponerle en libertad al no haber acusación alguna contra él. Sólo al descubrirse que era un fraile capuchino cambió su suerte. Fue asesinado a traición y por la espalda el 27 de agosto en el Alto del Hipódromo. Más azaroso tuvo su destino el P. Carlos de A lcobilla (Pablo Merillas Fernández, 1902-1937). Librándose de los milicianos asaltantes del convento, recurrió a gente amiga de Madrid, bajo cuya protección se trasladó a El Escorial como empleado para el cuidado de una piscina, cuya explotación llevaba la familia que le había recogido. El comportamiento del trabajador Pablo hizo sos­ pechar a otros empleados que se trataba de una persona no corrien­ te. Hasta que una vez se le conminó a que blasfemase como los demás. Su negativa serena fue el motivo de que se le considerara «fascista«, siendo luego detenido y llevado a Madrid. La defensa de la familia amiga logró que fuera dejado en libertad, pudiendo vol­ ver a El Escorial. Allí trató de preparar la evasión a la zona nacio­ nal. En su tentativa fue de nuevo detenido y encarcelado. Injuriado moralmente y maltratado físicamente, nunca tuvo una palabra con­ tra sus esbirros, y en su piedad serena, declaró un testigo, se veía una preparación espiritual consciente para lo que le iba a sobreve­ nir. El 14 de enero de 1937 fue ejecutado a causa de su repetida declaración de que no era otra cosa que un religioso. El Hermano F ray G abriel d e Aróstegui (Lorenzo Ilarregui Goñi, 1880-1936), recluido en los cuarteles de El Pardo y liberado en Madrid por la Guardia de Seguridad, al no hallar acogida segura en la capital, pensó ponerse a salvo tornando a El Pardo. Vagó por el monte hasta que los guardias lo detuvieron y, perdonándole provisionalmente la vida, le exigieron que continuara trabajando en la huerta del con-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz