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MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA Lo que queda no es más que la presencia, la hermética belle­ za de un cuerpo casi vivo que en un instante ha sido abandona­ do por el fuego que lo habitaba. Y nace entonces la belleza, en una claridad nunca vista que parece desprenderse de ese instante único, una claridad sin signo alguno del fuego... Y se diría que la belleza toda sea el velo de la verdad y que la vida misma que se nos da sea el velo del ser. Y que su ser se le esconda al viviente mientras vive para desplegarse solamente en la total entrega. Y que un ser divino está muriendo siempre. Y naciendo. Un ser divino; fuego que se reenciende en su sola luz»161. Manuel G onzález G arcía El Pardo-Madrid l6 l M. Z am brano , Claros del bosque, Barcelona 1977, 131-132.

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