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484 MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA De Platón habla en diversos lugares sin una referencia directa a las etapas que estamos recorriendo. Sólo aparecen directamente dos indicaciones en relación con la condena de la poesía 115 LA HISTORIA DE LA DEIFICACIÓN Pero, para lo que nos interesa en este trabajo, hemos de volver de nuevo a mirar todo este camino recorrido para seguir la pista a la «deificación». La filosofía griega calma el delirio de deificación al establecer que el hombre tiene «un ser propio, «humano»... una naturaleza humana», tal como establecieron los estoicos nó. Con el cristianismo aparece otro periodo de paz en el delirio ensoñador del hombre en búsqueda de su deificación. Permanece el concepto de naturaleza humana, que, en este caso y desde la religión, se considera «redimible»117. Y el ansia del hombre podía traspasar su condición humana por medio de la santidad o en la vida eterna. Pero hay más. El hombre encontró su unidad, su mismidad de ser viviente y personal junto con la libertad en el cristianismo. Pues lo divino, sin dejar de estar en sí, reposaba en su unidad de tres per­ sonas entrando en todas partes. Y de modo distinto en el hombre, que «no tendría que desprenderse de lo que en su ser era no divino, 115 HD 94, 97. El conflicto entre poesía y filosofía ya habría aparecido ante­ riormente en la condena de Sócrates (HD 62, 74). 116 HD 154-155. 117 En De un curso de María Zambrano (1945) escribe acertadamente: «El Génesis nos dice que Dios creó, El directamente, al hombre... se le atribuye a plena luz un origen legítimo, una legitimidad de su ser, que ha tenido que ser aportada mediante una revelación y no por el esfuerzo de la filosofía... La libertad que en las religiones anteriores no aparecía sino como liberación, en el horizonte del cristianis­ mo, que pone en limpio la originalidad del hombre, aparece como rescate. Rescate que, desde luego, tiene sentido en cuanto es una devolución. Es decir que alguien (Cristo) paga con su agonía y devuelve al hombre su libertad y su ser. No se trata, pues, de algo que le sobreviene al hombre, sino que le es restituido, ya que, en cuanto hijo directo de Dios, es constitutivamente libre» (en Litoral, 1983, nn. 124- 125-126, 199).

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