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300 FELIPE F. RAMOS En un segundo momento, la expresión «perifrástica», que en el Hijo del hombre veía al pronombre personal, se convirtió en título gra cias al peso que las palabras que le eran atribuidas adquirieron a la luz de la pascua. El continente o el molde ya existente se llenó de un contenido nuevo o se sacó a la luz pública lo que en el conti nente o molde se hallaba en su fase germinal. 1.4. Lo más destacable de la escena, lo primero que debe ser puesto de relieve es la palabra perdonadora de Jesús: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5, sobre la base de la fe). ¿Era esa la razón por la cual los portadores de la camilla habían acercado al enfermo a Jesús? No y sí. No, porque ellos buscaban la curación. Sí, porque la curación total comenzaba y alcanzaba su culminación en el perdón. En este primer nivel el evangelista afirma «que la palabra de Jesús y el milagro tienen una referencia mutua; que Jesús no es un simple curandero; que el paralítico — lo mismo que ocurre con el paralítico del Evangelio de Juan (5, lss.)—no ve otra posibilidad para su vida que verse liberado de la enfermedad; el paralítico —lo mismo que en el caso mencionado del cuarto Evangelio— lo está sobre todo por la asfixia producida por el legalismo ritualista que sofoca al espíritu; cuando Jesús se dirige a él llamándolo «hijo», está recordando su misión de hacer a los hombres hijos de Dios que lla men a Dios «padre»; la verdadera liberación o curación del hombre debe levantarlo por encima de sus posibilidades y limitaciones (de toda «posesión», Me 1, 21-28; de toda impureza, 1, 40-45). El paralítico es el símbolo de toda parálisis esclerotizante que acaba con la vida. Su curación es la liberación de la propia esclavitud, de la lejanía de Dios, del pecado, de su «ser en la muerte» (Rom 7, 24). 1.5. En nuestra historia el curado se va a su casa y se desen tiende de las discusiones posteriores. Su existencia escatológica —la que nace de la fe o del ésjaton que es Jesús— es la existencia cris tiana con su quehacer habitual en el mundo. Así lo afirma la gente en la certificación del hecho milagroso (v. 12; 5, 22; 6, 21). 1.6. La confrontación con los escribas traslada la cuestión al terreno de la negación de las atribuciones que Jesús se arrogaba. Jesús va más allá que ellos cuando, implícitamente, afirma: Efectiva mente, el único que puede perdonar los pecados en el cielo es Dios, pero en la tierra también puede hacerlo el Hijo del hombre. ¿Prueba
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