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346 FELIPE F. RAMOS an con mayor o menor convicción y fortuna otros au tores36. En con­ traposición a ellos Dios mismo es llamado Potencia. Las estrellas y las potencias son las divinidades paganas o los que persiguen a los que proclaman el evangelio (Me 13, 9-10). Cada vez que caigan estrellas y potencias habrá una llegada del Hijo del hombre. Estaría­ mos ante dos concepciones contrapuestas de la divinidad: la encar­ nada en los dioses paganos y la del Dios verdadero que apoya y legitima al Hombre que, con su entrega, libera a la humanidad y le da vida definitiva. El texto paralelo de Mt 24, 30 difiere muy poco del de Marcos: «Entonces aparecerá el estandarte (= el signo...) del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majes­ tad grande». La visión del signo del Hijo del hombre podría ser un argumen­ to de que el texto sería anterior al de Marcos y de que estaría for­ mado bajo la influencia de Dn 7, 13. Acudir a una fuente distinta de la predicación del propio Jesús apenas tendría sentido. La palabra, para Mateo, pertenece al discursos escatológico. El «signo» no es un fenómeno luminoso (al estilo del relámpago), ni el Hijo del hombre como tal, sino el pendón o la bandera-estandarte para reunir al pue­ blo de Dios del tiempo último, en alusión a Is 11, 12: «Alzará su estandarte en las naciones, y reunirá a los dispersos de Israel, y jun­ tará a los dispersos de Judá, de los cuatro confines de la tierra». Es como la convocatoria de los elegidos de Dios. La llegada no es única; tiene lugar a lo largo de la historia, particularmente de la historia personal. Al servicio de esta idea: convocatoria que Dios hace de los suyos, se hallan otras imágenes, como «golpearse el pecho» (Zac 12, 10.12.14), la trompeta para despertarlos y reunidos pertenece también al lenguaje apocalíptico (ITes 4, 16). Lucas, en el lugar paralelo (21, 27) nos describe la misma reali­ dad con idéntica imaginería. En relación con Mt 24, 30 únicamente debe notarse la ausencia del «signo». 36 J. M a te o s - F. C a m a ch o , El Hijo del hombre, Ed. El Almendro, 1995, in loco, p. 197.

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