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EL HIJO DEL HOMBRE 305 3.2. Esta reacción del pueblo o, por mejor decir, de su clase dirigente, le llevó a Jesús a desenmascararlo. En el contexto de nuestro logion destacan los aspectos siguientes: no se han esforza­ do según las exigencias que el Reino impone para su descubri­ miento (Mt 11, 12); amenaza a las ciudades incrédulas, Corozaim y Betsaida, por no haber escuchado la invitación a aceptarlo (w . 20- 24); la explicación más clara de su indolencia y de su autosuficien­ cia es palpable: es aceptado por los pequeños y rechazado por ellos, por los sabios (w . 25-28); las comunidades subyacentes a Q, Mateo y Lucas, han vivido estas experiencias denunciadas por Jesús (son los textos citados junto al título); la parábola de los niños caprichosos explica la reacción denunciada de la actitud de aquella generación; se acentúa al respecto que Jesús es la sabidu­ ría, no su enviado (como figura en Q); se destaca como agravante el amor de Jesús por los pecadores: lo que debía ser un argumen­ to para aceptarlo, lo interpretan ellos como una razón para recha­ zarlo: era Dios el que tenía que entrar por sus caminos. Y, natural­ mente, el escándalo surgió cuando Jesús derribó la muralla de los privilegios. 3.3. El Jesús histórico es designado aquí como el Hijo del hom­ bre. El paralelismo con el Bautista le sitúa en el mismo plano. Y, adelantémoslo, qu ien criticó a l Jesú s terreno r e c h a z ó a l Hijo d el hombre: «Yo os digo: A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ánge­ les de Dios» (Le 12, 8-9). El mismo título o expresión aparece también como autodesig- nación del Jesús terreno en Le 9, 58, texto que trataremos en el apar­ tado siguiente. El mismo texto y contexto designan a Jesús como comilón y bebedor de vino e Hijo del hombre o como comilón y el esposo (Mt 11, 18-19; Le 7, 33-34; Me 2, 18-20). El título Hijo del hombre es auténtico en esta ocasión; no es inventable, porque nadie tira piedras contra el propio tejado; es un insulto grave e indecoroso. Decir de alguien en aquella época —y poco más o menos en la nuestra— que era «comilón y borracho» equivalía a designarlo como una persona inútil, como un parásito, un explotador. La gravedad de tales calificativos lo ponen de relieve algunos textos del AT (Prov 23, 21; Deut 21, 18-21: se llega al casti-

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