PS_NyG_2000v047n002p0269_0294

ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA, PENSADOR CRISTIANO 271 2. PERFIL HUMANO Al fino. Enrique le caen bien aquellas palabras que el Concilio Vaticano II aplicó a la Iglesia: nada de lo humano le era ajeno. Expresó, a través de su enorme capacidad de acogida a todos, una confianza y una fe sin límites en lo humano. Sabio en el más genuino sentido bíblico de la palabra, sabía saborear las cosas, y se empeñó, a través del estudio y la reflexión, en rastrear signos de esperanza a lo largo de la historia de la huma­ nidad, con el firme propósito de iluminar los retos de nuestra cultu­ ra actual. «Los números — le gustaba decir— pueden llevarnos a la luna, pero sólo las palabras nos llevarán al corazón». Poseía el difícil arte de llenar su corazón y el de sus oyentes de toda clase de nom­ bres: de los clásicos, de los poetas, de los santos. A todos los cono­ cía y de todos se sentía deudor y amigo. Conversando con él, uno perdía la noción del tiempo y del espacio; tardes enteras con Vir­ gilio, dejándote besar por su Eneida; paseos por el corazón inquie­ to y confesante de Agustín de Hipona; recitales de versos dantes­ cos bajo las estrellas; sentir con fuerza el Amor que a Francisco de Asís le hizo igual al Amado; escalar por los vertiginosos castillos metafísicos de Escoto; contemplar en silencio el alma desgarrada de Unamuno. Cristiano creyente y esperanzado, hizo del amor evangélico la norma de su vida. Profesaba un ardiente amor a la Iglesia y a la Orden Franciscano-Capuchina, a la que pertenecía. La providencia, eso de que a cada día le basta su afán y su problema, se convirtió en su filo­ sofía de vida, aplicando a toda circunstancia las reglas del carpe diem cristiano, que tantas energías y serenidad le dieron para poder vivir con intensidad la vida. Fiel al sueño franciscano de la fraternidad universal, renovaba de continuo su fe en la capacidad dialógica y creadora del hombre. Consideraba la fraternidad como el mejor camino de humanización. Desde aquí se explica su alma de hermano menor, que le hacía estar siempre disponible, con alegría y sencillez. Nuestro hermano acogió franciscanamente la muerte, recibiéndola con ejemplar ente­ reza. Precisamente en el momento de la muerte puso de manifies-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz