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NO HEMOS PERDIDO EL PARAÍSO 219 saje cristiano al hombre de hoy, es ésta: debemos dar por definitiva y felizmente superada, en este punto, la centenaria controversia entre la «Ciencia y la Biblia», referida a los primeros capítulos del Génesis. Aceptada la exégesis que de Gn 2-3 hace AV, se puede pasar, en este punto, «del anatema al diálogo». Un diálogo libre, por ambas partes, de hipotecas y prejuicios mentales. Los capítulos III-V tratan la rg am en te d e l «paraíso» y de los notables acontecimientos que en él habrían tenido lugar (pp. 137- 279): estancia dichosa en él de la primera pareja, a quien la tradi­ ción posterior apellida con los nombres propios de Adán y Eva; su lamentable comportamiento frente un enigmático precepto de Yahvé. Comportamiento, en todo caso, cargado de infortunios para sus responsables, ya que, a consecuencia de él, quedan ‘expulsa­ dos’ de su primer «hábitat» placentero y son reducidos a vivir en tie­ rra seca y de sudoroso laboreo. El tema del «paraíso» y de la «caída» nos interesan especialmente. Volveremos sobre ellos. Hasta hoy mismo, no sólo los predicadores sino también los teó­ logos nos repiten que los sufrimientos humanos, la desenfrenada con­ cupiscencia (con la “dura necesidad de pecar”, en frase agustiniana) y hasta la “triste condición de tener que morir” son, con toda seguri­ dad, «castigo de Dios» por el inmenso pecado de Adán y Eva en su existencia paradisíaca. Éste sería un importante contenido doctrinal, irrenunciable para cristiano, de Gn 2-3, según la intención misma docente del narrador. Sin embargo, el análisis que AV hace de Gn 2-3 no permite llegar, ni lejanamente, a esta conclusión, por de muy «tra­ dicional» que se la quiera calificar. Los capítulos VI-VIII (pp. 2281- 439) están ded icado s a investi­ g a r cu á l es el verdadero origen d e los sufrimientos hum anos y d e la p rop ia cond ición mortal del hombre, según el n arrado r d e Gn 2 -3 . El hombre muere porque su vida es tan leve (la insoportable leve­ dad del ser, que diría un poeta) como la del polvo del suelo, del cual ha sido formado. Parece “normal”, “connatural”, que, un ser que proviene del polvo, haya de volver al polvo de donde lo sacó Yahvé. No es necesario recurrir a un sobreviniente castigo divino. Que, por las circunstancias en que se produce, sería extremadamen­ te comprometedor para la bondad y justicia del Dios de la Biblia.

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