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NO HEMOS PERDIDO EL PARAÍSO 235 dición humana, y marcar las distancias con la divinidad. Como ocurre con los personajes de los conocidos mitos griegos, también aquí se les advierte que no se dejen llevar de la «hybris» (la insolencia, la pre tensión prometeica) de querer ser como los dioses inmortales y acep ten su condición de seres mortales. Advertencia incluso enérgica que, sin embargo, como se ha dicho, por tratarse de un comportamiento ocurrido en la pre-existencia, en la proto-historia, in illo tempore, en los tiempos originarios, primordiales, no sufre se le califique de «peca do», «culpa», «desobediencia», «transgresión» en sentido teológico moral. No necesitamos demorarnos más en descubrir la falsa etiolo gía/explicación que la exégesis y teología tradicionales ofrecen de la «miseria*» humana, al atribuirla al pecado original. En la actuali dad la consideramos una de los puntos más débiles de esta teoría en su conjunto. En efecto, decirla a un cristiano de hoy que los males que sufre en su vida y, especialmente, la muerte, con casti go de Dios por el pecado de la primera pareja humana, que habría vivido hace un millón de años, en los primeros pasos que nuestra especie daba desde la animalidad a la humanización, es exponer el Mensaje cristiano a la irrisión y al desprestigio. Nuestra calificación (descalificación) de la exégesis/teoría anti gua podría parecer demasiado dura, pero no es más dura que la que hace de ella P. Ricoeur, prestigioso filosofo y mitólogo (her- meneuta de mitos), con especial dedicación a los mitos bíblicos de los orígenes. «Nunca podrá exagerarse el daño que infligió a las almas durante los primeros siglos de la cristiandad (y hasta el día de hoy, añadimos), primero la interpretación literal de la historia de Adán, y, luego, la confusión de este mito, como episodio histórico, con la especulación ulterior, y principalmente agustiniana, sobre el pecado original. Al exigir a los fieles la fe incondicional en este bloque mítico-especulativo y obligarles a aceptarlo como una explicación que se bastaba a sí misma, los teólogos exigieron inde bidamente un sacrificium intellectus, cuando lo que tenían que hacer en este punto era estimular a los creyentes a comprender simbólicamente, a través del mito, su condición actual»4. 4 Paul R ic o eu r , Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1969, 552.
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