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NO HEMOS PERDIDO EL PARAÍSO 231 acontecimiento quiere llamarse «culpa», que sea una «felix culpa = ¡feliz culpa!», por el bien que reportó a la humanidad. Un hombre secularizado/ilustrado la llamaría “feliz culpa” porque habría abierto el camino hacia el progreso. Un cristiano vería la culpa de Adán también como “feliz culpa”, porque «mereció tener tan gran Reden tor» (Liturgia de la Vigilia pascual). E. Fromm, filósofo humanista y psicoanalista de nuestros días, también niega la interpretación hamartiológica, derrotista, cargada de pesimismo moral, y concede un valor marcadamente positivo, de signo ascendente, a la narra ción: señalar la aparición y valoración del progreso del hombre en ejercicio de su libertad. Por otros caminos estos pensadores se acer can a la correcta inteligencia del texto genesíaco más que los exé- getas y teólogos de siglos pasados. Es claro, y así lo indica AV en su comentario, que la narración mítica de Gn 23 contiene ambigüedades, tanto terminológicas como conceptuales. Pero esto pertenece a la índole propia de este género literario que llamamos mito en toda literatura universal. No le debe mos pedir a un «mitógrafo» la precisión conceptual y terminológica de un artículo de la Summa Teologica. La dificultad interpretativa específica de los mitos la delatan todos los mitólogos que en la actualidad ejercen una tarea científico-crítica sobre los mismos. Por otro lado, la interpretación clásica de este texto, con todo su empa que especulativo y sistemático, padecía dificultades que el teólogo actual no dudará de calificar de insolubles. Ya los gnósticos de los siglos primeros advertían las estridencias de tipo doctrinal, religioso-moral, visibles en el relato de Gn 2-3, entendido en el sentido literal, histórico-ontológico de los ortodoxos. Por ejemplo, no les parecía justificable, ante un ética razonable, prohibir, con un precepto grave, el acceso al conocimiento «del bien y del mal», de cualquier realidad, a la adquisición del saber, sin limi taciones. El ejercicio de la facultad de conocer no puede ser objeto de prohibición tajante y universal. Es algo en absoluto necesario para que el hombre llegue a ser una criatura acabada de hacer, en su género. Sin el ejercicio de su facultad de conocer no puede llegar a ser y comportase como alguien superior a los animales. Dios le hizo a su imagen y semejanza. La máxima semejanza con Dios la obtiene con el ejercicio de su inteligencia y libertad. No parece digno de Dios el prohibirle avanzar en el logro de una semejanza, siempre
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