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230 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Por eso, resultaba psicológica y moralmente imposible superarlos, hasta fecha reciente, cuando las circunstancias histórico culturales han sufrido un cambio radical. El prejuicio mental mas perjudicial era, sin duda, el de suponer, y aceptar sin la menor crítica, que la humanidad había vivido en su primer origen en un estado de feli­ cidad, en el «paraíso». Felicidad perdida por el pecado del hombre, orig in an te de la actual situación de miseria física en la que viven el género humano. En buena parte este razonamiento era una jus­ tificación ideológica/teológica del pesimismo generalizado en que se vivía en los últimos años del imperio romano y con motivo de la invasión de los bárbaros. La comprensión de Gn 2-3 como “mito de los orígenes” nos ayu­ dará a liberarnos de esta tupida red de apriorismos. Y el primer paso ha de ser el superar la lectura pesimista, teorizante, moralista, hamar- tiológica de la «transgresión». «Transgresión» de la que allí, sin duda, se habla. Advertiremos que palabras, metáforas y símbolos como «comer», «comer de árbol del bien y del mal», «conocer», «conocer el bien y mal», sentir la «desnudez», «abrir los ojos»; las figuras y las actua­ ciones de la mujer y de la serpiente no tienen, en la intención comu­ nicativa del mitógrafo/hagiógrafo, connotación ni menos pretensión moral de signo negativo: de «pecado», «culpa», «desobediencia». No sólo los psicoanalistas de nuestro tiempo, también todos los antiguos exégetas y muchos contemporáneos descubren en el texto una «indu­ dable» alusión a un desorden sexual. La lectura d e AV no perm ite esta interpretación (pp. 228 - 247 ). Son, más bien, expresiones de signo e intención positiva: expresiones del avance de la humanidad primor­ dial hacia un mejor conocimiento de sí misma y de toda la realidad. Hacia el progreso y hacia la civilización, hacia la creación de las rea­ lidades culturales y estructuras básicas de la existencia humana en la historia. Siempre bajo la mirada de Yahvé, quien va culminando su acción creadora del hombre y de su historia. Con las ambigüedades que ésta comporta. Algunos hombres de la Ilustración, por ejemplo, el filósofo Hegel, daban ya una interpretación de signo positivo a esta narra­ ción genesíaca. Expresaría, en el lenguaje del mito, el paso del hom­ bre primitivo, semisalvaje, incivilizado, infantil e «inocente» hacia el mejor conocimiento de sí mismo, hacia la toma, en sus manos, de su propio destino, hacia el progresivo dominio del mundo. Si tal

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