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NO HEMOS PERDIDO EL PARAÍSO 225 sabihondez que sobriedad científica. Todo este serial de afirmacio­ nes sobre Adán, su «paraíso» y lo allí ocurrido, se parece demasiado a un ejercicio de «ciencia ficción». En el caso de «teología ficción», si tenemos a la vista la debilidad de la base en que fundamentan sus cavilaciones. 3. QUE EL MITO HABLE SU PROPIO LENGUAJE El eminente filósofo y mitólogo P. Ricoeur, como norma elemen­ tal para entender el mensaje del mito, recomienda que se deje al mito hablar su propio lenguaje. Seguros de que «el mito da qué pensar». Se verá luego en qué medida y por qué procedimientos el lenguaje del mito puede trasvasar a nuestras propias formas de captar la realidad y de expresarla. Los exégetas y teólogos antiguos rehusaban leer a Gn 2-3 como una narración mítica y, en consecuencia, no le deja­ ban hablar el lenguaje que le es su propio. El resultado fue que car­ garon sobre el mito sus propias preocupaciones, problemas y catego­ rías ontológicas y, en frase gráfica del propio Ricoeur, «el mito reventó por exceso de carga-. Lo llenaron de un compacto material histórico- metafísico que el sencillo mito no podía soportar. Se creó en torno a Gn 2-3 (y par.) una auténtica «gnosis», poco menos enrevesada, nebu­ losa y densa que la de los heterodoxos. Y se la cubría luego con el dosel sagrado de la palabra de Dios. Se habló continua y solemne­ mente del «abismal misterio del pecado original». Del cual nada hay más fácil de hablar, nada más difícil de entender, reconocía san Agus­ tín. No cometamos la desmesura (hybris) de intentar quitarle solemni­ dad a este “abismal misterio” y oigamos, de la mano de AV, lo que nos dice el modesto «mito de los orígenes» de Gn 2-3. AV, todo a lo largo de su libro, mantiene a Gn 2-3 en la modes­ ta categoría de «mito de los orígenes» y a ese nivel y contando con ese interlocutor escucha el mensaje que quiere trasmitir. 3.1. Qué n o s d ic e Gn 2-3 s o b r e e l « p a ra ís o t e r r e n a l » De eso trata el capítulo IV, con notable amplitud (pp. 137-184). Leyendo el texto hebreo en su propio lenguaje y en el contexto de las culturas circunvecinas, el «jardín» (gen) del que allí se habla

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