PS_NyG_2000v047n001p0199_0213

206 LAUREANO ROBLES dientes, símbolo de las apreturas del hogar y del orgullo de la raza, está clavado como espina venenosa en el corazón de este mala­ venturado pueblo español. Yo me fijo en las llamadas derechas extremas: la extremosidad del concepto chabacano y del lenguaje ha tomado en casi todos ellos carta de naturaleza. Muchas veces me asalta la duda de que el cretinismo intelectual ha venido a incubarse al amparo de las sacrosantas doctrinas de Cristo. ¡Infame profanación! Jesucristo los expulsaría a latigazos, como a los mer­ caderes del Templo. Ortodoxos sin caridad, los periodistas católi­ cos (salvo raras excepciones) han escrito una página deplorable en los anales de la Iglesia española. Desde los tiempos del irre­ prochable Balmes acá el periodismo católico es una maraña de continuos y necios compromisos a la Iglesia cristiana. En la puja de incultura y de grosería del lenguaje, en la estolidez de concep­ tos y de conducta ciudadana allá se van los unos y los otros, los de la derecha y los de la izquierda. ¿Cree V. Sr. Unamuno, que el Evangelio y el Evangelio sentido a lo franciscano pueda poner remedio a este vicio radical de nues­ tro pueblo? Mucho lo dudo. Si el pueblo fueran esas muchedum­ bres sencillas que boten todavía al soplo de unas virtudes austeras y delicadas, no me parecería tan difícil el remedio. Pero no hay tal cosa*, al pueblo bueno y honrado se han mezclado ciertas levaduras impulsoras de fermentación incompleta y maligna. Es imposible remover la masa por la sencilla razón de que los que han de actuar sobre ella son incompetentes intelectual y volitivamente. ¿Cómo quiere V. que comprenda y sienta y respete el pueblo las inquietu­ des, las terribles inquietudes de religiosidad en almas honradas y nutridas con doctrinas que no son suyas? Si los que hablan al pue­ blo, si los que se insinúan en su corazón e inteligencia le dijeran palabras buenas, palabras completas, palabras plenas de humanidad y cristianismo, entonces no cabe duda de la eficacia del Evangelio sentido a lo franciscano. En lo que respecta a Menéndez Pelayo 5 comprendo perfecta­ mente su actitud, lo mismo que frente a Balmes 6 y Milá y Fonta- 5 Cf. Introducción, nota 1 y ss. 6 Unamuno, Miguel de, «Un filósofo del sentido común», en La Nación (Buenos Aires), 7-X-1910 (A-III, 1.183; V-IV, 818; E-III, 548).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz