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212 LAUREANO ROBLES así, paradojas; sí, paradojas. Porque los menguados que creen con­ denar a uno llamándole paradojista, no reparan que el Evangelio, en el que no he encontrado un sólo silogismo, está tejido de metá­ foras, parábolas y paradojas. Sí, «es condición de todo ideal no ser posible realizarlo». Y, cuando el autor dice del ideal de san Francisco que «no es con harta frecuencia más que evolución y desenvolvimiento progresivo, no verdadero retroceso o desviación o decadencia (?)», me he acordado del idealismo sobre-humano que me dictó mi L ’ag on ie du Christia- n ism e 6. Se podría a este tenor escribir «De la agonía del francisca- nismo». Hay un pasaje que se me ha detenido en la lectura, y es aquél de la pág. 401 en que se cuenta lo que Buoncompagni de Bolonia decía de que los «frailes menores» eran niños que en extre­ ma demencia vagaban..., etc. ¡Menores! ¡Niños! Toda minoridad es niñez, y hay que llegar a la niñez eterna. El amor de san Francisco a los suyos no era tanto ni fraternal ni paternal cuanto maternal, maternal de varón. Fué un «madrecito». Acaso pudo rezar al Padre Eterno llamándole: Madrecito nuestro que estás en los cielos... (materculus noster qui es in coelis...). Y en esto no entra sexo ni enredo psicoanalítico freudiano. Ahora que mi hija mayor me ha dado mi primer nieto comprendo lo que es la maternidad varonil. Lo de la «Régula» sobre la obediencia, en la pág. 410, me ha hecho recordar la obediencia de juicio jesuítica. Al fraile menor se le deja juzgar si es contra su alma lo que el ministro le ordene. Gran lección de libertad! Lo que en la 380 se cita de Rogerio Bacón sobre las cruzadas, me recuerda el desatentado aviso del episcopado espa­ ñol cuando llamó, a dictado del Rey, «cruzada» a la campaña de Marruecos. Y lo que en la 437 se dice del pacifismo franciscano recuerda, por contraste, el bárbaro: Santiago y cierra España! No se puede evangelizar a cristazos! Y cómo le he visto al autor cuando dice: «Estos primeros fran­ ciscanos poseyeron todas las virtudes, incluso la que más nos falta a nosotros, la de quedar anónimos». Pero ¿es cierto o no que el pobre- cilio dijo: «¿No sabéis que me espera un gran porvenir y que vendrá 6 L’Agonie du christianisme. Treduit du texte espagnol inédit par Jean Cassou. Paris, F. Rieder et Cie. Editeurs, MCMXXVI, 162 pp. Texto e idea en I, p. 16.

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