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IDENTIDAD DEL CAPUCHINO, COMO HERMANO MENOR. 89 La predicación, como en toda la familia franciscana, se enten­ dió siempre como una responsabilidad de todos los hermanos. Para el auténtico fruto espiritual, el ejemplo de vida era una de las cuali­ dades fundamentales. El cronista Bernardino de Colpetrazzo ha deja­ do un fiel testimonio de esta práctica: «Sería demasiado largo querer contar los ejemplos de hermanos particulares que, aunque fuesen laicos o sacerdotes simples, conseguían frutos maravillosos por sus exhortaciones. De ordinario no predicaban pero, cuando veían gente reunida se acercaban y les predicaban*» 25°. Otro cronista completa la idea: «Algunos que no tenían la gracia de predicar, hablaban razo­ nablemente de las cosas de Dios con tanta familiaridad, que con relativa frecuencia conseguían más fruto que con la misma predica­ ción; y cuando tenían que alojarse con seglares, se reunían los veci­ nos para hablar de las cosas de Dios. Y, siendo laicos y simples, hablaban con tal profundidad de Dios, que los seglares se creían que eran doctos... Muchas veces ocurría que por sus razonamientos, se hacían muchas paces de importancia. De tal manera que sus vidas, por el gran ejemplo que daban, era toda una predicación. Y cuando ocurría que alguno estaba inmerso en la tribulación, envia­ ban a por los capuchinos y, sintiéndoles hablar de las cosas de Dios, se consolaban»251. Dentro de la vida conventual la predicación tam­ bién era asumida indistintamente por todos los hermanos 252. Frecuentemente los predicadores querían ir acompañados de aquellos hermanos cuya vida fuese más virtuosa. • Egidio de Orvieto, laico. Relata sobre él el cronista un pasa­ je cargado de unción: «Fray Egidio de Orvieto, llegando a un casti­ llo, rápidamente la gente le salió al encuentro y le decían que que­ rían que predicara. Él, dudando de decir alguna cosa de la Escritura que no fuese correcta, se valió de una sutileza, y les dice: traerme la tinta y un trozo de papel. Esto lo hacía para saber si, en aquel castillo, había gente que supiese de letras. Y aquella gente le res­ pondió: Padre, en nuestro castillo no hay ninguno que sepa escri­ bir y, les responde fray Egidio: Andad y tocad para la predicación. 250 B ernardinus a C o lpet r a zzo , Historia, III, 193, n. 26 251 M ariano D ’A latri (ed.), «Cronache maggiori**, en Ifrati Cappuccini. Il , 1241, n. 2935. 252 C f. B ernardinus a C o lpet r a zzo , Historia, I, 385, n. 344.

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