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44 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ Ante la fuerza que las órdenes terceras y todos los movimien­ tos penitenciales habían tenido en los años anteriores, el Concilio intenta poner freno a la fuerza de éstos marcando de manera consi­ derable las distancias entre clérigos y laicos. La mejor manera de hacerlo fue centralizando todo el poder en los sacerdotes y religio­ sos clérigos, haciendo que todo girase en torno al sacrificio eucarís- tico 108. En el sacramento, el ministro participaba del sacerdocio de Jesucristo. La posición de los reformadores que ponían el acento en el bautismo resaltando el sacerdocio común se ve contestado de manera radical por la doctrina conciliar. Esto irá creando un deterio­ ro y distanciamiento de las clases menos formadas de la institución eclesial viéndola, cada vez más, como una realidad lejana de la pro­ pia vida, con la cual es preciso cumplir un ritual y unas normativas concretas. Se veía una Iglesia marcada eminentemente por los sig­ nos externos y una fuerte estructura institucional, debido a lo cual era difícil llegar a vislumbrar su ser eminentemente espiritual. La vida religiosa es uno de los campos más importantes en el gran capítulo de reformas emprendidas por los padres conciliares 109. Por primera vez en dos siglos, un Concilio se atrevía a aprobar un pro­ grama de reforma sistemático y completo, sin caer en los fundados temores, con referencia al conciliarismo. Aunque no todas las propues­ tas fueron satisfechas, sí se dieron pasos considerables para hacer fren­ te a una realidad de la vida religiosa que se movía a dos aguas: es el claro ejemplo de las reformas franciscanas y, de manera especial, de todo el movimiento de la observancia. El 20 de noviembre de 1563 fue presentado a examen el esque­ ma de reforma de los regulares, que constaba de dos partes: la pri­ mera dedicada a los religiosos, la segunda a las monjas. Una intro­ ducción junto con veintitrés cánones donde se afrontaban todos los problemas concernientes a la vida religiosa. Se hacía referencia a todos los temas fundamentales de la vida regular, y algunos aspec­ tos secundarios que precisaban ser estudiados. El tema de la pobre­ za, que tantas luchas había traído en la observancia franciscana era 108 Cf. P. T ihon , La Iglesia , en B. S esboué , Historia de los Dogmas, III. Los sig­ nos de la salvación , Salamanca 1995, 353-368. 109 Cf. A. P acho , «Concilio di Trento», en Dizionario degli Istituti di Perfe- zione, IX, Roma 1997, 1282-1298.

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