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36 MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ plificante, así como aquellos trabajos fuera de la comunidad 88. Debido a esto y al desarrollo progresivo de la Orden se crea una crisis en el trabajo. Los hermanos laicos se ven reducidos en sus campos de tra­ bajo y, por el contrario, los clérigos ven cómo crecen sus posibilida­ des amparados en un trabajo apostólico y en una predicación más estructurada, conforme a los cánones de la época. Con el crecimiento del número de clérigos se desarrolla más el ministerio verdadero y propio. La distinción entre letrados e iletrados se hace más fuerte. A los letrados se les abren todas las puertas: tanto las del ministerio como las del gobierno de la Orden, los laicos ven cómo se reducen sus posibilidades, hasta llegar a la consecuencia lógica: el control sobre el número de laicos que ingresa en la misma 89. Aun con todo lo dicho se puede afirmar que, hasta el Capítulo de 1239 en que se nombra ministro general a Alberto de Pisa (1239- 1240) la situación se vive con calma y sin grandes diferencias. Pero, él mismo, «es el signo de una metamorfosis decisiva y definitiva en 88 Cf. L. P elleg rin i , «Mendicanti e parroci: coesistenza e conflitti di due struttu­ re organizzative della “cura animarum”», en Francescanesimo e vita religiosa dei laici nel ‘200 (Atti del Convegno internazionale, Assisi 1980), Assisi 1981, 129-167. 89 Es necesario señalar que el rigor en la admisión de los laicos tiene su lógi­ ca, desde el momento que se ven sometidos a una vocación cerrada y reducida. La falta de promoción y claridad en su servicio dentro de la comunidad y la Iglesia trajo como consecuencia un debilitamiento en las opciones vocacionales laicales en el seno de la Fraternidad. Así lo constata Celano en su segunda vida, n. 162: «Hay entre nosotros más remisos que dispuestos al esfuerzo, siendo así que, habiendo nacido para el trabajo, debieran considerar su vida como milicia. Ni gustan de pro­ gresar en la acción ni pueden adelantar en la contemplación. Después de haber escandalizado a todos por su singularidad, trabajando más con las fauces que con las manos, detestan al que pide cuenta en la puerta y no aguantan que se les toque ni con la punta de los dedos. Pero, como decía el bienaventurado Francisco, me sorprende más el descaro de los que en su casa no hubieran vivido sino del propio sudor, y ahora, sin trabajar, comen del sudor de los pobres». También es testigo el cronista S alim ben e de A d am , Cronica, I, Bari 1966, 144, lin. 10-15, cuando afirma que: «Tertius defectus fratis Helye fuit quia homines indignos promovit ad officia Ordinis. Faciebat enim laicos guardianos, custodes et ministros, quod absurdum erat valde, cum in Ordine esset copia bonorum clericorum. Nam et custodem habui laycum tempore meo et plures guardianos. Ministrum nunquam habui laycum, sed in aliis provinciis plures vidi. Nec mirum, si tales promovebat». Sobre este tema cf. M. D ’A latri , «“Clerici” e “Magni Clerici»», en I d ., La cronaca di Salimbene. Personaggi e tematiche , Roma 1988, 59-71.

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