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IDENTIDAD DEL CAPUCHINO, COMO HERMANO MENOR.. 19 dar respuesta a las exigencias de los laicos. En ésta segunda, la res­ puesta emerge espontáneamente de los mismos laicos que tratan de resolver los problemas espirituales que les angustian. El monacato, que tanto en los cluniacenses como en los cistercienses, había sido uno de los protagonistas más influyentes en la civilización de Euro­ pa, parecía que ya no respondía suficientemente a sus compromisos históricos. También los monjes caen bajo la crítica de aquellos que quieren una Iglesia más auténtica. Son acusados de vivir una pobre­ za aparente, no efectiva, cada vez están menos presentes en las acti­ vidades pastorales, la vida contemplativa era ironizada y comparada con la vida de los comilones 22, ociosos que se aprovechaban del trabajo de los demás, la actividad cultural, tan insigne en otros tiem­ pos, comienza a declinar. Francisco de Asís es un ejemplo preclaro de hombre de su tiempo, vive y respira la experiencia de haber nacido en un hogar 22 Así lo mostrará también, unos años más tarde, pero bebiendo de esta tradi­ ción san Antonio de Padua: «después de haberse dedicado a la piedad y a vivir en continencia, vuelven a preocuparse de servir al vientre, y sucede a veces que se vuelven glotones en el monasterio los que habían vivido sobriamente en su casa antes de convertirse. Se aplaca el dios vientre con víctimas de variados platos, incli­ na el oído a chismorreos, se excita con variedad de sabores, es acariciado con la conversación, no con la oración; le agrada la ociosidad, se deleita en la somnolen­ cia. El dios vientre, por tanto, tiene monjes, canónigos y conversos que le sirven con harta sumisión, a saber, los que viven indolentemente en la Iglesia de Dios en la ociosidad; los que no buscan oraciones apartadas, sino fabulosas confesiones de personas ociosas, entre las cuales no se oyen sollozos y suspiros de espíritu com­ pungido, sino risas, carcajadas y eructos de vientre harto. Éstos tales, reuniéndose, celebran consejo. Plega a Dios que mi vida no sea objeto de ese consejo»: A n to n io d e P a d u a , Sermón del Domingo XXIII después de Pentecostés , I d ., Sermones domini­ cales y festivos. II. Del decimotercer Domingo después de Pentecostés hasta el tercer Domingo después de la Octava de Epifanía y desde la Navidad del Señor hasta la fiesta de san Pedro y san Pablo , Murcia 1995, 1547. «Hoy en la Iglesia los sátiros es decir, los simoníacos llenos de dinero, danzan y juegan; se acusan unos a otros; pasan el día entero en litigios y preocupaciones, gri­ tos, vejaciones y despedazándose»: A n to n io d f P a d u a , Sermón del Segundo Domingo después de Pascua, en ID., Sermones dominicales y festivos. I. De Septuagésima al XII Domingo después de Pentecostés y Sermones de la Virgen , Murcia 1995, 405. «Hay hendiduras en la vida religiosa porque no hay acuerdo en el capítulo, ni armonía en el coro, ni silencio en los claustros, ni moderación en el refectorio, ni modestia en el dormitorio»: A n to n io d e P a d u a , Sermón del Domingo de Sexagé­ sima , en ibíd., 53.

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