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414 SATURNINO ARA Han pasado ya varios años desde la fecha en la que tuve la for­ tuna de encontrarme en mi despacho con un escrito «anónimo», si bien de firma muy conocida que hablaba sobre Vida capuchina y secularización. Decía así al introducirse: «Con frecuencia, nuestra vida franciscana es interpelada y, hasta incluso puesta en crisis, desde instancias diferentes. Muchos se consuelan pensando que este fenómeno es resultado del acoso más amplio y general que lo religioso sufre en el mundo de hoy. Y señalan con un nombre la causa responsable de tal estado de cosas: la secularización. El término se ha hecho común entre nosotros. «Cómo puede ser alguien religiosamente sincero para con Dios», «cómo puede desenvolver su vida cristiana el creyente en una sociedad secularizada», «cómo puede el hombre orar y con­ templar en la ciudad secular», «cómo puede el evangelio ser in­ terpretado secularmente» son, a título de ejemplo, temas que han servido para sistematizaciones y obras teológicas. Quizá todos las hemos leído y han dejado en mayor o menor grado desazón y poso crítico en nuestra interioridad. Y, aunque la teología de la secularización ya no está de moda, en el ambiente se vive todavía su espíritu y no se ha decantado, con claridad, la manera de supe­ rarlo positivamente, de tal modo que, indentificándonos con los signos de los tiempos, permanezcamos también fieles a nuestro carisma. Éste es el reto del momento presente. Por un lado, las Constituciones nos estimulan a buscar «a la luz de los signos de los tiempos, formas nuevas de encarnar nuestra vida» «a fin de que sean correctamente adaptadas a los tiempos» (Constitución 4 , 3 - 1 ). Y éstos son tiempos de secularidad social, política y teológico reli­ giosa. Pero, por otro lado, las mismas Constituciones nos exi­ gen que esta acomodación a los signos de los tiempos se reali­ ce sin detrimento de nuestra fidelidad al Evangelio y la Regla de San Francisco de Asís, nuestro Padre. ¿Cómo puede el capuchino ser fiel a su carisma y, a la vez, ser fiel también a este gran signo de los tiempos que es la secularización?¿Cómo puede vivir fran­ ciscanamente y secularmente? ¿Se trata de dos fidelidades — Evan­ gelio y Siglo— imposibles de armonizar hoy? Son estas preguntas no suficientemente respondidas ni adecuadamente clarificadas para que sus respuestas sean asumidas en la unidad de una autén­ tica vivencia religiosa. Da la impresión de que el espíritu del hom­ bre secularizado ha ocupado un ancho espacio de nuestro sub­ consciente y en él ha ocultado las raíces envenenadas de muchos de nuestros razonamientos y actitudes religiosas. Y esta situación

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