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FUTURO DOCTRINAL Y NORMATIVO DE LAS CONSTITUCIONES... 409 De aquí también la necesidad de mirar y enfocar debidamente y con respeto la relación entre el carisma o patrimonio espiritual y la institución, huyendo de querer encontrar oposición entre unos valores que son no sólo complementarios, sino que se necesitan entre sí. Es casualmente el carisma o patrimonio espiritual el que crea y recrea las propias estructuras con miras a hacer actual y eficaz el servicio, en primer lugar y en todo instituto consagrado, de la dedi­ cación al misterio y encuentro, experiencia de Dios, luego, de forma particular, el del encuentro entre los Hermanos, el servicio de frater- que viene arrastrado del pasado. E n el fondo, el binomio es un algo masoquista y dualista, como, en su tónica general, lo es el hombre de la Biblia, en contraste con el hombre actual o moderno». (A. L e o n a r d , Pensamiento contemporáneo y fe en Cristo. Un discernimiento intelectual cristiano, Madrid 1985; P. L aín E ntralgo , Cuer­ po y alma, Madrid 1991). A tantos teólogos y a muchos religiosos y religiosas les resulta fácil recurso el echar mano de la contraposición entre la letra y el espíritu y vapulear así y en fuerza y a efecto de un mal pensamiento la conducta diversa de los demás, cuando sería mucho más fácil y cristiano buscar una excusa para cada supuesto de culpabilidad, como puede ser el reconocimiento de un incumplimiento de la ley o norma del grupo, rica en vida y por ello no siempre al alcance de todos. Las mentalidades sanas saben descubrir los valores de tantas situaciones de la vida. Y, hoy, normalmente, se reconoce con optimismo y creatividad, que los valo­ res de tantas situaciones autónomas de vida, también las de aquellas que son fruto del Espíritu, pueden y deben ser recogidas y programadas en letra, sencillamente en estructuras que van desde la creación o erección de una institución o persona cole­ giada, pasando por la elaboración de la normativa concreta que la caracteriza, hasta llegar a la regulación del nombramiento y presencia de los superiores que animan, en fuerza del mismo Espíritu, el carisma o patrimonio espiritual, logradamente refle­ jado, en cuanto expresión de vida, en la letra a la que damos el denominativo de estructuras. Efectivamente, la organización o estructura es y ha sido siempre la exigencia de una vida que desde un principio aparece no solamente reglamentada, sino fuertemen­ te programada y presentada en toda su complejidad y compromiso, pero a modo humano, pues así es querido por Dios. El proyecto evangélico, como cualquier otro proyecto que responda a una concepción filosófica de la vida, se realiza y vive en este mundo y en categorías sociales, hoy quizá diríamos culturales. Pues bien, nuestra cultura y saber de hoy, al igual que en el pasado y siempre, aprecian muy bien que, como el espíritu o vino se opone y no cabe en odres viejos, del mismo modo las anti­ guas estructuras no dan cabida a nuevas realidades. Se da un compromiso tanto con el empeño de romper los viejos odres, en expresión bíblica, cuanto con la tarea de creación de odres nuevos que den cabida a tan distintos espíritus.’ Ibidem, p. 125.

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