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422 SATURNINO ARA La sobriedad ha constituido una particular característica de tan­ tos institutos de vida consagrada y, en algunos casos, como es el supuesto de los capuchinos, una nota muy particular. Por otra parte, muchos consagrados, realmente pobres de espí­ ritu o en la versión de hombres humildes, menores, pero también en la de seres humanos, han renunciado y renuncian a la posesión y uso de los bienes materiales o riquezas, producto del trabajo remu­ nerado y no tanto del servicio, tantas veces, en nada remunerado, aunque sí sea gratificante. El trabajo, la vida sobria y una actividad consecuente, la propia de los pobres de espíritu, despegados de los bienes materiales, hace posible el despliegue de esas obras de caridad, solidaridad, por las que se estima y califica a la Iglesia como la institución que más ha hecho por la humanidad, y a los capuchinos les ha acercado tanto al pueblo. Incluso buenos creyentes, hombres y mujeres habituados a medir aun con sus mentes, menos con sus bolsillos, el pasado de la humanidad y de la Iglesia, y sin la comprensión de la práctica de la pobreza de espíritu, la actitud de los religiosos consagrados ante el trabajo, su forma de vida sobria, y las obras de caridad lle­ vadas a cabo por los mismos, constituyen en piedra de escándalo unos valores cuya realidad no llegan a alcanzar. Efectivamente, son millones los que manejan instituciones como Cáritas, Manos Uni­ das..., organismos descentralizadores de la Iglesia, y el voluntariado cristiano, en particular el constituido por los consagrados, también instituciones descentralizadas y con autonomía ante las jerarquías la virtud de quienes, siendo ricos, utilizan su riqueza sin apego interior a la práctica y la vivencia de utilizarla. Me pregunto si en tantos y en tantos casos no será virtud aparente y no virtud real ese “espíritu de pobreza”, y me respondo: sí. Sin sombra de demagogia savonaroliana, al contrario, desde una real estimación de los bienes naturales y técnicos de este mundo, pienso que el llamado “espíritu de pobreza”, fuente de tantas hipocresías éticas y sociales, debe ser sustituido por esta norma: repartir con justicia los bienes terrenales, que bienes son, y gozar de los que a uno justamente le toquen sin menosprecio e indiferencia, pero con sobriedad. No sé si esto es socialmente posible en un mundo regido y dominado por el consumismo. Pero ¿es totalmente imposible para quienes así quieran ordenar su vida privada?». Evidentemente no se comparten ciertas afirmaciones que, no obstante, pueden hacer pensar y ayudar a cambiar.

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