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418 SATURNINO ARA V isión d e D ios y experien cia d e o ra ción La falta de visión de Dios y de experiencia de oración es una de las realidades más sangrantes de una sociedad que venimos cali­ ficando de indiferente ante el problema religioso, de agnóstica, viviendo la seudoreligiosidad de la drogación y de las sectas, atea. Respetuosa, por una parte, de tantas religiones, intolerante y conde­ natoria, por otra, del cristianismo y sin querer valorar de forma correcta los servicios y la misma realidad de la vida consagrada. La sociedad del siglo xxi aspira a tener una distinta visión de Dios de la que se nos ha venido dando y ha sido presentada por los veinte siglos de cristianismo, que ha insistido, en parte, en la tristeza de la culpa y del pecado, menos en la alegría del encuentro con el Dios Creador y Padre, algo que engendra gozo y da esperanza. Los capuchinos, testigos de esperanza, deberán aparecer como ejemplares nuevos de un compromiso con la oración, dicho en tér­ minos más asequibles, como hombres que viven la experiencia de la existencia de Dios y, consiguientemente, el reconocimiento del don de la fe y el compromiso del seguimiento de Cristo, mas el gozo de saberse llamados no sólo a la participación en el dolor de la cruz, sino sobre todo y ante todo de la alegría de la Resurrección. La nueva presentación del tema de la experiencia de la exis­ tencia de Dios y de la posibilidad del encuentro cotidiano con el Creador y Padre, puede estar exigiendo una distinta práctica del clima y formas de oración, ya sea sacramental o litúrgica, particular o comunitaria, de los ejercicios de meditación y reflexión y más con­ cretamente de la recepción del sacramento de la penitencia y en par­ ticular de su administración, ministerio ejercido por el capuchino cer­ cano al pueblo sufriente. El cambio en la recepción y administración del sacramento de la penitencia tendrá que ser «revolucionario» 37. 37 «Compárense, por una parte, las escenas luminosas de los pecadores que se encontraron con Jesús y, por otra, los episodios tantas veces oscuros y angustiosos de nuestros confesonarios..., y sáquense las consecuencias: en la exacta medida en que éstos no respondan a aquéllas, deben considerarse fallidos o ilegítimos. Y con­ viene decirlo abiertamente: cuando un sacramento, que es por esencia don alegre y gracia liberadora, se vive con tristeza y como una carga, falla algo fundamental, se produce una perversión objetiva de su sentido. Debe, por tanto, ser corregido y sus­ pendido mientras no se ponga remedio«*. T o rres Q ueiruga, o . c ., p. 238.

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